lunes, 10 de abril de 2017

Extracto de un diario


Escribo ahora mismo a la vez que escucho a Miles Davis; luego me da por Johnny Cash o por Coltrane, por Lou Reed o por Elton Jhon; o por Enya, me gusta mucho escribir con esa voz de fondo. Hoy no me ha dado la gana de salir de casa en todo el día; he decidido estar aquí, a mis anchas, con lo puesto y sin calentarme la cabeza más de lo necesario con mi dolor de rodilla, con ese dolor que me ha puesto los pies en el suelo recordándome que la salud es lo primero y más importante, que casi todo es susceptible de ser relativizado siempre y cuando uno esté en forma. Mens sana in corpore sano. Desde que me desperté no he hecho otra cosa que leer, escribir, beber café, fumar esporádicamente algún Samson de hebra holandesa atraído por las Musas del tabaco, escuchar música y mirar al techo indagando en las manchas de humedad esos contornos en los que Henry Matisse, el pintor con tijeras, encontraba una nube o un castillo, un caballo o una mariposa, una golondrina o un motivo para recrearse en su mundo propio, en la voz interior de su estética de hombre que postrado en una cama soportaba los agudos dolores de una enfermedad terminal combatiendo sus fiebres con la creatividad encontrada en las paredes. Me gusta quedarme mirando al techo cada vez que leo algo que me impresiona, y en ese mirar encuentro la parte de meditación que de otra forma no consigo por ni proponérmelo, tal vez por una ineptitud congénita de nacido en el siglo XX, por ser uno más de los hijos de las prisas y del agobio y del aburrimiento endémico de nuestro tiempo enclaustrado en el remolino de las obligaciones. Hace muchos días que no miro las noticias en la televisión, y raras veces a lo largo de la última semana he hojeado un periódico. Me mantengo informado gracias a lo que busco en Internet y a lo que escucho en la radio por las noches, antes de dormir, que es mi forma preferida para quedarme amodorrado hasta alcanzar el sueño mientras al otro lado de un pequeño altavoz hablan unas voces que parece que han sido puestas ahí para mi y para todos aquellos que como yo a esas horas se tumban en la cama en busca del regocijo del todavía persistente en nuestra memoria submarino de la infancia. Siempre me ha gustado imaginar que en la soledad que comparten la noche y la radio, a oscuras, existe de verdad la magia de ese mundo creado a medida para la madrugada, para ese rato en el que uno se va quedando cada vez más sordo, menos atento, más dormido, más en el país aparte del mundanal ruido y la furia y las perversiones de los negocios, fuera de las sonrisas falsas y las envidias y los malentendidos y los disparates más absurdos que se puedan cocer en el puchero de la competencia/incompetencia. Por eso cuando me encuentro en uno de esos reinos de mis musarañas, y cada vez más, siento la infalible sensación de bienestar proporcionada por ese no hacer nada que tanto me gusta después de haber estado haciendo mucho aunque sólo haya servido para mantener en orden cierta intensidad de mercado en el porcentaje que a la hormiga que soy le corresponde: producción, datos, cuentas, resultados, facturación, gastos, ingresos, estadísticas, sueldos, ajustes, presupuestos, direcciones; y total para qué, como diría el protagonista de La tregua de Mario Benedetti. Lo he pasado tan mal en los últimos días con el dolor de mi rodilla que, a pesar de ser consciente del número que represento en la cadena de montaje de la producción, desearía estar ahora mismo trabajando y compartiendo escenario con mis colegas. No hay mal que por bien no venga; jamás hubiera pensado que una simple dolencia me concediera el beneficio de la perspectiva.

4 comentarios:

  1. Clochard:
    me ha gustado mucho la comparación que estableces entre la infancia y un submarino.
    Espero que tu rodilla esté mejor.
    NO hace nada también es un buen ejercicio.
    Salu2 y mejoría.

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    1. La infancia nos salva de volvernos cada día más proclives a un embrutecimiento endémico que va en aumento. Muchas gracias, nos vamos cuidando lo mejor que podemos.

      Salud, Dyhego

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