lunes, 28 de agosto de 2017

Cuatro gotas


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El agua que acaba de caer, durante el tránsito de la noche al día embadurnado de bochorno, hace que me acuerde de mi paso por Cantabria; allí raro era el día que no llovía, parecía como si no se sintieran plenos los dioses de la atmósfera sin unos minutos de humedad; al despertar comprobaba que de madrugada las nubes habían ordeñado sus algodones dejando un leve atisbo de humedad sobre el pavimento y abrillantando aún más la frondosidad de las hojas del paisaje. La luz de un día que amenaza unas cuantas gotas de lluvia en esta época del año me transporta a los albores del inicio del curso, cuando había que ir pensando en la escuela. Los finales de verano con aroma a escampado huelen a lápiz recién elegido, a goma de borrar, a libro de texto que tendrá que ser forrado con papel transparente, a prendas de vestir con las que habrá que ir recomponiendo el aspecto del armario para adecuarlo a la próxima estación. Ese claroscuro de una tarde con nubes, y de una inusual mañana en la que hay que subir las persianas más de lo que durante los últimos tres meses estábamos acostumbrados, le confiere al ambiente del hogar la autenticidad del paso del tiempo, un mensaje en la botella del calendario recordándonos que es inminente el cambio de rutina, que la casa empezará a oler a café cada vez más temprano. Estoy escribiendo esto y me doy cuenta de que acaba de salir el sol, ese sol que viene y va y no se pone de acuerdo con los astros que tratan de ir dándole la bienvenida a las hojas que en menos de un mes se encargarán de ponerle la alfombra al otoño en ese largo pasillo del final del estío tan característico del Sur. Pronto dejará de escucharse el sonido de los aparatos de aire acondicionado que pueblan el semblante vertical de La Ciudad para darle paso al panorama de ventanas abiertas y mangas de camisa, de chalecos al hombro y de vespertinos y pausados oscureceres. La lluvia es una suerte de música clásica agradable de escuchar cuando uno está durmiendo, hasta el punto de que acompaña la pomada de los sueños y el placer del cobijo entre las sábanas. Cuatro gotas son suficientes para que la modorra tire de la poesía del dulce duermevela del amanecer. Los días así tienen un aire de cine y de lectura, de sosiego y de esperanza y de cierta nostalgia.

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