viernes, 25 de agosto de 2017

Silencio


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No hay nada más atronador que el silencio, en su fuero se multiplican los pensamientos y tocan todas las orquestas, se desatan los pormenores del sonido hablándonos de cosas que no queremos escuchar y de situaciones que nos reconcilian con el presente. En el silencio cabe todo, lo bueno y lo malo y en ese plan, se desenvuelven a sus anchas los demonios del ruido contagioso y atroz, mezquino y aparentemente sereno de los ojos que se clavan sobre las manchas de un techo. El silencio nos abandona y nos acompaña, nos recibe con los brazos abiertos para saborear la paz e induce a nuestros diferentes heterónimos a ponerse en conversación sin saber qué decir o sin dejar de hablar, enlazando un monólogo con otro hasta que se cierran los ojos, hasta que el cuerpo cae en las profundidades del sueño efímero y eterno. La poesía y el silencio van de la mano porque se necesitan la una al otro, como en un juego de introspección del que dependiera el mutismo necesario para encontrar la palabra exacta. De la misma forma que el negro es la mezcla de todos los colores el silencio es la amalgama de todos los sonidos, es la definición del estallido hacia dentro, nos relaja y pulveriza, nos instala en el limbo y en la multitudinaria manifestación de nuestros egos, disfraza nuestra cobardía y nos prepara para ser valientes. Podemos encontrarnos en medio del bullicio y el griterío, del barullo y la verbena, de la fiesta y el vocerío atroz de las gargantas escandalosas y no oír nada, recluyéndonos en una especie de isla desierta, camuflados por el misterio, sumergidos en el fondo del mar de la afasia. El silencio no es mudo, todo lo contrario, es capaz de someternos al más cruel de los interrogatorios hasta desentrañar las claves de nuestra conducta, hasta darnos en la cara con la verdad de la apatía y con la razón del jolgorio. Disfrutar de la quietud es un hábito sostenido por ese fino hilo que separa al tedio de la pasión, puede llegar a resultar enfermizo, aunque su necesidad es tal que sin la soledad del silencio no nos acordaríamos ni de nuestro nombre. El silencio recoge lo que nos queda pendiente y lo pone en su balanza, sopesa las posibilidades y nos pone al corriente de que nuestro peor enemigo somos nosotros mismos. Un silencio vale más que mil palabras.

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