jueves, 24 de agosto de 2017

De los sueños y lo sencillo


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Después de haber leído dos novelas seguidas de Haruki Murakami, Sputnik, mi amor y Tokio blues, sale uno con la sensación de que hay un cúmulo de detalles cotidianos que se encuentran reflejados en su escritura, destellos de la vida ordinaria que sirven de material para decir lo que se quiere contar. Enlazo esta idea con la tendencia del autor japones a ir archivando datos en los cajones de su cabeza, que es como según él clasifica sus vivencias y observaciones en los diferentes recipientes mentales en los que se encuentra dividido su cerebro para ir acumulando en ellos datos, experiencias, particularidades del día a día en depende que momento. La calle y sus esquinas, el hogar y sus ventanas, los parques y sus árboles, las aulas y sus libros y sus apuntes prestados, los bares y la fugacidad de un almuerzo en ellos, las tiendas de discos, los cines y sus estrenos y sus sesiones golfas, los hoteles y los hospitales y los apartamentos de alquiler en la periferia de la gran ciudad, los bosques y las carreteras y los senderos, todo tiene eco en la historia de cuanto nos sucede; todo es metáfora y significado, encuadre, escena.  Desde la forma que tiene una chica de poner las manos sobre sus rodillas hasta la manera de apagar un cigarrillo a medio fumar, desde el enfado de una joven porque su amigo no se ha dado cuenta de que ha cambiado de peinado hasta la manía por la limpieza de un estudiante en su cuarto de una residencia de la universidad, se abre un amplio abanico en el que se van tejiendo los relatos cuyo trasfondo está impregnado de un toque mágico que acerca la realidad a los sótanos de los sueños y al subconsciente. Estamos hechos de vivencias y de sueños, y de una mezcla de ambos; estamos hechos de sacudidas y de esperanzas, de temores y arranques de valentía, de intenciones y profundos pensamientos, de debilidades y consonancias con el presente, de planes fallidos y proyectos consumados, un poco de todo. La riqueza de la existencia no se encuentra en una cuenta bancaria sino en el cultivo del jardín de nuestro interior, y de ahí en adelante se le va abriendo paso a la libertad, a esa manera tan poco frecuente de entender la muerte como parte esencial de la vida. Murakami es un autor que se lee con fruición, pasando las hojas a la velocidad del viento que se adivina en las ciudades sobre las que los personajes se nos van pegando al cuerpo porque podríamos ser nosotros mismos los protagonistas; es ese uno de los diálogos más hermosos de la literatura: la identificación. Hay música y gastronomía, lecturas, sensaciones y pensamientos comunes, expresiones cotidianas, lazos que tejen el trascurso de las novelas hasta convertirlos en atmósferas proclives a ser espejos en los que ver reflejados nuestros actos. Cada vez que me meto de lleno en un libro recuerdo a Rosa Montero y esa idea suya de la fortuna que tenemos los lectores de vivir más vidas dentro de ésta única de la que disponemos.

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