martes, 29 de agosto de 2017

Recién levantado


Resultado de imagen de nuevo día

La perspectiva con la que se afronta un día de esos en los que uno se ha levantado bien, digamos que con ganas de verle el rostro a La Ciudad y darle sentido al fructífero paseo que se realice sobre ella gastando la suela de los zapatos, que es como según Walter Benjamin ser ha de viajar, predispone a los sentidos a mantenerse alerta y a no descartar ningún detalle susceptible de formar parte de un verso. Hay un momento cada mañana, durante el trance de la vigilia, en el que uno se pregunta quién es y dónde está, llegando incluso a, más allá de plantearse qué hará hoy, realizar un breve recorrido de su existencia para situarse y no perder el norte, tratando de poner los pies en la tierra, reconociéndose, llegando incluso a mirarse las manos para ver si cada una de ellas todavía tiene cinco dedos. Disponemos de una lupa interior que nos va dando pruebas a cerca de nuestra razón de ser, y un reloj que sin marcar las horas nos indica la distancia entre lo que hemos ido haciendo y lo que somos, un continuo flujo de pensamientos a través de los que tratamos de aceptarnos. Echarle un vistazo desde la cama al estudio y contemplar como se encuentra todo más o menos en perfecto desorden es un ejercicio, un diálogo con los enseres que nos acompañan, a partir del cual nos vamos situando en la escena del presente para dar el primer paso de la jornada; ese ir barruntando de memoria el itinerario de la agenda. Disfrutar de la luz del nuevo día, a ser posible muy temprano, marca en cierta forma la senda de una inusitada claridad de sencillos razonamientos que acaba por definitivamente despertarnos ayudándonos a apreciar el valor de, como le gusta decir a Heri Nowen, el aquí y el ahora en el que nos encontramos, siendo testigos de cuanto sucede en el mundo y aportándonos las fuerzas suficientes para que la lentitud de nuestros movimientos tenga el respaldo de la memoria, el sustento de la inercia positiva, el alimento del breve proyecto esbozado sobre el mapa de las próximas veinticuatro horas. Mira uno, mientras toma el primer café, la lectura que anoche dejó empezada, y trata de hacer el ejercicio de recordar por dónde quedó esa historia basada en La Ciudad del XIX, y la correspondencia entre la recapitulación y el gesto de tomar la taza hace que vuelva a ser posible el gozo de mantenerse vivo también en esa otra vida que hay en el interior de la novela de la que ya se cree uno de sus personajes. El comienzo de cada día tiene algo de suspense y de emoción, de intriga, algo que emparenta el deseo de hacer algo con el impulso que nos permite realizarlas, aún a sabiendas de que nunca, jamás, podremos saber qué nos va a pasar hoy.


No hay comentarios:

Publicar un comentario