lunes, 28 de agosto de 2017

Pitiplum


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Entro en Google y me asalta la impresión de la abundancia, de lo desmesurado; el todo y la nada, el horizonte sobre el que se dibuja la copiosidad del efímero presente continuamente solapado por el siguiente movimiento de unos dedos. Imagino el mundo de la red como una infinita e inabarcable extensión que de tan grande como es va dejando tras de sí el rastro de la sospecha, no solo la sospecha de la poca veracidad que puedan tener muchos de los conceptos que en ella encontremos sino el amargo presentimiento de que se nos está fabricando un mundo con todos los ingredientes para no salir de casa. Uno de los frutos de la aparente y masiva información es el aislamiento. El individuo compra desde casa, lee las noticias en la pantalla, descarga películas y documentales, encuentra la música que le venga en gana, escribe y publica como yo, opina, cree estar al día, se encuentra cómodo porque siempre encuentra un sitio que le dé la razón, un sitio a su medida que le proporciona la medicina que quiere y necesita, ni más ni menos. La fuerza motriz que impulsa el progreso de la confusa empatía desemboca en la destrucción del criterio por la falta del estímulo comparativo. ¿A quién se le ocurre desayunar galletas cuando tiene un bollo recién salido del horno elaborado justo a imagen y semejanza de su, por otro lado, manipulado gusto?, a unos cuantos locos encontrados. Internet nos ha dado la posibilidad de acceder de manera inmediata a muchas cosas que nos interesan y a una, también hay que decirlo, divulgación de la cultura de forma más alcanzable, por supuesto; de hecho da gusto viajar en el tiempo de la historia del arte desde la silla del escritorio en el que se encuentra el ordenador, y en esa línea sucede lo mismo con muchas otras facetas de cautivadora información que contribuyen al gozo y disfrute del caviar del intelecto que los grandes hombres han ido dejando a lo largo de los tiempos sellado en la posteridad. Pero la actualidad está en la calle, en las esquinas, en las voces de la gente, en los gestos y miradas, en las declaraciones públicas de insatisfacción, en las anécdotas, en las bibliotecas y salas de estudio y conciertos, en los auditorios, en los cines y teatros, en los bares y mercados, en los museos y en las librerías, y en las luces y sombras del ser humano desparramándose por el laberinto de la existencia de La Ciudad. En cambio da la impresión de que todo se encontrara ahí, en esa tela de araña de la globalización con  la que se engatusa al personal y se le hace ser feliz a su envasada al vacío manera, con la que se le permite exhibirse y atenuar así su complejo de inferioridad y su tendencia a la abnegación y el aburrimiento, y con solo apretar un botón podemos acercarnos a cualquier punto que nos suscite un mínimo de interés, de entretenimiento o de pertenencia. La identificación con algo es algo que debe ser cocido a fuego lento en las brasas de la meditación, en las ascuas del discernimiento, y si se lleva a cabo por la senda del proselitismo y de la ramplonería corremos el riesgo de la vacuidad, de la falta de contenido o profundidad de nuestros pensamientos alejándonos de lo que realmente somos o aspiremos a ser, alimentando el mal de muchos y dejando a expensas de los directores del teatro global el movimiento de los hilos de nuestra marioneta. Escribe uno la palabra pitiplum, es un decir, y sale algo que viene a tratar de explicarnos el significado; hay fotos y foros, comentarios, estadísticas, historias, alusiones. Tanto da lo que trates de buscar, siempre hay un roto para un descosido. Mientras el ser humano no sea educado a separar el grano de la paja Internet seguirá siendo un instrumento de distracción con visos de una tendencia basada en el inmovilismo cerebral, tanto por su abundancia como por la velocidad a la que en él ingresa la información. Existe una relación directa entre la lentitud y la memoria y entre la velocidad y el olvido, como muy bien nos explica Milan Kundera en so obra La lentitud, y la atmósfera cibernética tiende a que no le prestemos la menor atención a lo que sucedió ayer, de modo que nos encontramos ante el peligro de olvidarnos hasta de nosotros mismos.

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