domingo, 3 de septiembre de 2017

De desayunos


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Son las seis y media de la mañana. Todo permanece en calma. Los vecinos duermen y las plantas del patio se encuentran asimilando el agua que recibieron hace unas horas como si de un bálsamo bendito que aplacara su sed se tratase, ese menú nocturno que tanto agradecen los vegetales durante las noches de verano. Cuando riego las plantas sobre la oscuridad que las envuelve pasada la media noche noto cómo me agradecen su ración de humedad después de haber estando soportando el calor de una más de las intensas jornadas de este septiembre que aún nos calienta y en cuyos termómetros todavía se pueden ver treinta grados a la hora de las brujas. Escucho a Beethoven y tomo café para ir incorporándome a un inusual turno de desayunos que me recuerda a cuando en determinadas fechas tenía junto a mi padre que abrir el bar muy temprano. El aroma a café en el interior de un hogar o de una cafetería cuando la madrugada se encuentra en su epílogo tiene algo de prometedor, algo de fantástica iluminación que se confunde con la nocturnidad. Dentro de un rato, cuando las luces de La Casa Encantada estén encendidas se irán viendo bajar de sus habitaciones a los huéspedes entonando un good morning o un bon jour, un buenos días o un guten morgen, y en su rostro se adivinará el  deseo  de salir a la calle a verle la cara a La Ciudad; me preguntarán cómo llegar a los Alcázares o a la Catedral, dónde podrán comer bien y de qué época es el edificio en el que estamos; tomarán café y tostadas e infusiones, bollería, y una buena dosis de diferentes y naturales zumos de frutas con los que se les irá paulatinamente abriendo la mirada e irán desapareciendo sus legañas, dándole paso al resurgimiento de un flamante apetito predispuesto a la contemplación de lo que encontrarán afuera, en ese prometedor recorrido para el descubrimiento de cuyos detalles hace falta mucho tiempo y atención, ir sin prisas para detenerse en la multitud de detalles que sorprenden al viajero, solo o acompañado, que transita por el casco antiguo con la capacidad de asombro intacta. Estar en relación con personas que vienen de lugares lejanos, y que generalmente se encuentran de vacaciones, da pie a la distensión en las conversaciones y a un entendimiento basado en el mimo y el cuidado, y a de paso aprender mucho de una serie de hábitos y costumbres procedentes de otros países, de otras culturas, antes que la avalancha globalizadora definitivamente acabe por meter en el mismo saco las usanzas y tradiciones del mundo entero. Muchas veces me pregunto cómo nos verán, qué pensarán de las cosas que ven que hacemos, qué contarán después sobre nosotros, qué es lo que les ha resultado más curioso y hasta qué punto se habrán deleitado con la belleza de La Ciudad.  

2 comentarios:

  1. Me gustan todas las ciudades y pueblos que he visitado. A todos les he encontrado algo digno de recordar, fotografiar y elogiar. Si tuviese que elegir el lugar más bonito, lo tendría muy difícil (y no sería justo).
    Salu2.

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    Respuestas
    1. Esa es la riqueza del mundo, y la fortuna de poder viajar para seguir contemplando la belleza y aprendiendo.

      Salud, Dyhego.

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