sábado, 23 de septiembre de 2017

Pensar


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Pensar, he ahí la cuestión. Pensar en el amor y en el trabajo,  en la dedicación diaria, en la compra y en los libros de cuya lectura uno siente el recuerdo de la realidad. No dejamos de pensar. Pensar en escribir, en la dieta diaria del nulle die sine linea, en el borrón y cuenta nueva, en atenuar el agobio de las incomprensibles prisas por llegar a ninguna parte. Esta mañana no sé de lo que escribir y echo un vistazo a la derecha de mi escritorio; allí se encuentran apilados decenas de ejemplares adquiridos por el impulso de la literatosis; crecen, se acumulan, me miran; uno de ellos se titula Piensa. Pensar, querido Hamlet que acaricias la calavera del tiempo con tus manos de escultor de fantasías. Pensar dónde poner el pie derecho para no caer, dónde acoplar los codos para encontrar la comodidad de la postura que nos haga olvidarnos del dolor, dónde colocar los objetos que nos acompañan para darle un aire de hogar a nuestro entorno, dónde dirigirnos cada día sobre la autopista de nuestro interior, dónde clavar la mirada para encontrar el dibujo que la imaginación anda buscando en las manchas de las paredes. Pensar y dejarse llevar por el guión fortuito de la fabulación, por el instinto creativo de la existencia, por el pan nuestro de cada día del incesante movimiento de nuestro pensamiento. Pensar en quiénes somos, de dónde venimos y a dónde vamos, de qué materia estamos hechos y cuáles son los hilos de nuestra conciencia, el mecanismo de la intuición, la puesta en marcha del motor de nuestro cerebro. Pensar en dejar de fumar, en no trasnochar, en prevenirse contra el infarto, en poner en orden las tres o cuatro ideas que  a uno se le ocurren; pensar en el olvido y en su almohada pasajera. Pensar en el dinero, en las facturas y en los impuestos, en los caprichos y los regalos, en las compras que no nos atiborren de la cualidad de lo superfluo; pensar en el sentido práctico del consumo, maldecir la obsolescencia programada de la pasión. Pensar en lo que se dice y no se dice, en lo que se hace y se deja de hacer, en lo un poco de todo que todos somos, en el egoísmo y la traición del subconsciente, en el repiqueteo de la tentación, en la libertad deseada desde que uno nace. Pensar en la soledad y en la tristeza, en la alegría de volver a disponer de voz, de gestos, de palabras, de sanas intenciones, de proyectos sutiles y aromáticos con cariz de partitura para piano. Pensar en lo que nos queda por descubrir, en las posibilidades de decir que no y que si, en el recuento de las experiencias que nos han hecho llegar donde estamos; pensar en las vías de escape de la globalización que pronto inaugurará un Burguer King en cada catedral, en la ristra de empeños a medio empezar, en la letanía de versos que la escritura automática nos concede por piedad. Pensar en la pacífica marcha verde en contra del deterioro intelectual, en el cambio de vida al que tenerse que adaptar para no morir en el intento, en este siglo XXI tan tecnologizado, tan cruel con su sopa espesa de sangre y cuchillos afilados, tan zafio en contingencias nucleares, tan nutrido de botones con los que acabar haciendo estallar el planeta. Pensar en lo que no nos atrevemos a pensar, en la osadía de ser políticamente incorrectos, en la virtud inherente en todo acto de integridad. Pensar hasta el final de nuestros días que cada día puede ser una magnífica oportunidad de vivir, de contemplar y de guardar el silencio necesario para que no dejar de pensar no nos vuelva más locos de lo que estamos. Pensar a pecho descubierto, a pleno pulmón, a sangre caliente, a rayo de luz, a tono de azul transparente, a violín para sonata, a lección de filosofía, a pomada contra el picor del desgaste de la vida. Pensar en el camino sin dejar de pensar en el instante, querido Hamlet, he ahí la cuestión.



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