viernes, 1 de septiembre de 2017

El factor hunano



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Ayer me incorporé a la dinámica del trabajo después de un mes de vacaciones. La vuelta, el retorno, el eterno retorno a la labor digestiva de la que adquirir lo necesario para comer y vestir y calzar y comprar libros, para pagar el alquiler y los recibos de la luz y el agua y así todo seguido hasta el final, resultó ser de sumo agrado. Por estas fechas se habla mucho del trauma post vacacional, de esa sensación de apatía que sufren quienes se ven inmersos en la condena de tener que fichar y obedecer a la rutina sin la que deja de tener rigor el funcionamiento de la cadena de montaje del aparato social. De nuestra participación en el sistema productivo depende la estabilidad del cuerpo reproductor que hace posible, llegados a este punto, el desarrollo de la sociedad y la estabilidad del sistema. Cada ciudadano es una pieza del instrumento de viento de la creatividad, que es donde se encuentran las notas que hacen posible la consecución de objetivos en común, pero el Estado, lejos de hacernos creer en ello, nos somete a una mecánica más propia del Homo faber que del Homo creativandus y realizado con cuya participación sería posible la generación no solo de los bienes necesarios sino de un aumento de la ilusión general con la que el protagonismo de cada una de las personas diese como resultado una dialéctica más afín a una supuesta civilización avanzada. El triunfo del factor humano es el gran reto del siglo XXI, por mucho que los pronósticos avancen hacia una progresiva deshumanización. Mientras que la perspectiva de los dirigentes vaya encaminada al enriquecimiento y al poder no tendrá lugar el nacimiento de una filosofía del trabajo basada en la ética y en el beneficio de la convivencia. La carga de negatividad con la que muchos ciudadanos afrontan su trabajo se convierte en el maldito efecto dominó de la queja y la abnegación que centran su foco de atención en la explotación y la injusticia. No anda precisamente en alza el valor de los oficios y la trascendencia del esfuerzo porque el ejemplo de quienes deben considerarse referentes reina por su ausencia; de ahí el abatimiento y la postración, la depresión, el aburrimiento y la falta de interés por cumplir unas normas básicas de conducta que se encontrarían más en relación con la cooperación si cada uno de nosotros tuviese constancia del relieve de su dedicación mirándose en el espejo de quienes en primera instancia gobiernan, y por extensión en todos los directivos o jefes de equipo. A estas alturas ponerle el cascabel al gato del convencimiento de que de nuestro trabajo depende el bienestar de los demás es una ardua y utópica tarea que nadie se atreve a afrontar por miedo a perder lo que se tiene y por la desidia que provoca emprender un proyecto más quijotesco que realista, sobre todo cuando desde arriba a lo único que se le hace caso es a un Capitalismo de ficción con el que mantener entretenida a la masa. El profesor Gustavo Bueno creía en la utopía recordándonos constantemente que no saliendo de ella el avance hacia una atmósfera mejor daría como resultado ciertas mejoras sociales y el florecimiento de la esperanza; por otro lado Reinhard Mohn consideraba imprescindible la conciencia de cada ciudadano en los proyectos dirigidos con aspiraciones de cambio y puesta al día con el fin de que aspiremos a llegar al puerto de una nunca más que ahora necesaria estabilidad global. Regresar a la faena viéndole la cara a un equipo ilusionado hace que sea posible plantearse las metas de hoy en base a los propósitos de mañana, y de esa riqueza se desprende un ánimo que, aunque se limite a unos cuantos, puede incrementar su número de miembros. Qué alegría.

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