miércoles, 6 de septiembre de 2017

Salirnos con la nuestra


Resultado de imagen de dialéctica

Llega uno a la conclusión de que lo más difícil de mantener es la calma. A diario tenemos ocasión de vernos envueltos en el trance de la discusión, por pequeño que sea el motivo que la provoque; la discusión tanto con matices de cierta disputa por querer llevar la razón como la que aparece como gran oportunidad para contrastar y enfrentar interesantes opiniones que den como resultado el milagro del aprendizaje. La dialéctica, como método de razonamiento desarrollado a partir de unos principios, alcanza un relativo grado de pureza tendente a extraer de ella sanas conclusiones cuando está reforzada por la apertura de la mente hacia otros horizontes que nada tengan que ver con mirarse reiteradamente el ombligo, siendo así necesaria la capacidad de escucha activa más allá de ese frecuente habito conversacional, muy dado en nuestra cultura, consistente en prestar atención no con la intención de entender sino con la de responder, en ese trámite acelerado de querer tomar la palabra para vaciar nuestro ego sin importarnos el ejercicio intelectual de quien tengamos enfrente. Mantener la calma a la que me refería al comienzo no entraña mayor dificultad cuando uno se encuentra relajado y con una cerveza en la mano, cuando independientemente del cariz del diálogo se sabe que no trascenderá a nuestra situación, por ejemplo cuando alguien dice el nombre completo de un artista y hay otro que viene a corregirle diciendo que no es así exactamente, o cuando estando entre amigos se habla a cerca de una época y en tono de broma se recurre a la mínima apuesta para envidar a favor de un dato; pero la cuestión se complica cuando alguien trata de salirse con la suya abogando por sus derechos apelando a la costumbre basada en el asentamiento de algún desafortunado precedente del que se extrae la conclusión de que si ha sido así una vez lo puede ser siempre. Es curioso cómo nos acomodamos al discurso del complaciente hábito del interés propio sin valorar la situación en la que se puedan encontrar los demás, o sin reparar en las líneas que marcan un proyecto del que aún formando parte nos desinteresamos inclinándonos a enfocar nuestro análisis única y exclusivamente sobre la coyuntura que nos concierne a título individual; esto ocurre con frecuencia en los equipos de trabajo. Para resolver este tipo de entuertos no hay nada como armarse de paciencia y aportarle al asunto una buena dosis de sensatez, dejando hablar sin interrumpir a quienes a lo largo de su muchas veces corta de miras exposición es posible que, debido a la debilidad de su discurso, incurran en la contradicción de la que pretenderán salir por la tangente haciendo que se desmorone la solidez de sus premisas, momento a partir de cual lo más importante no será la resolución del conflicto sino la puesta en práctica del menos común de los sentidos sin que haya sido necesario incendiar las gargantas ni doctorarse en peteneras. Teniendo en cuenta que hoy en día el capitalismo de ficción y de consumo es el paradigma que conduce nuestras inclinaciones no es de extrañar que en nuestros planteamientos desvariemos hacia la perversión del personalismo, del sujeto transformado en objeto, perdiendo así fuelle la perspectiva del romanticismo de acción de proporciones más colaborativas. Por lo tanto, en estas aguas hemos de nadar y en éstas nos encontramos, y ahí de aquel que pretenda darle la espalda a la realidad si lo que se propone es conseguir algo en conjunto; por eso nunca como ahora resulta de tanta importancia la cultura, que no solo se encuentra en los libros sino en la observación y en la escucha.

No hay comentarios:

Publicar un comentario