viernes, 27 de octubre de 2017

Diario de Octubre VII


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La indecencia se despacha en los despachos y en las reuniones en las que lo más importante es el tiempo que pase para que quienes se encuentran afuera (fuera de esa partida de ajedrez en la que consiste la constitución de un equipo en estos tiempos en los que valorar solo el fuerte del individuo ya está pasando factura) piensen que se está hablando de cosas importantes. La indecencia es supina cuando creemos que el resto son tontos, que no tienen a dónde ir, que de esta apática situación de status quo en la que la mayoría se encuentra no es tan fácil salir. Hay un algo de posesión en los sistemas directivos actuales que les hace confundir la libertad porque ni siquiera piensan en ella. La libertad es un bien que debería legalizarse, un acto reflejo del instinto de supervivencia intelectual. Me da miedo pensar en el devenir del pensamiento libre porque no dejo de asombrarme de la cantidad de gente que escribe en los periódicos, de la cantidad de cartas al director y  de breves ensayos en forma de artículo que aparecen en las páginas de los diarios, atiborrando el hueco como si de un terror al vacío se tratase, pero después nada pasa salvo el tiempo. Todos tenemos acceso a quejarnos y a decir lo que pensamos, a explayarnos por las explanadas de esta boca es mía, solo que con una sensación de inercia mortecina y a fuego lento, a descrédito de la esencia, a amapola holandesa decorando los campos ficticios para las abejas, para las hormigas, para los bichos raros, para los insignificantes insectos del orden del día. Se están cayendo algunos de los recortes de cartulina que adecentan el blanco cal de las paredes de mi apartamento; parece que las cosas nos hablasen, que nos transmitiesen el sentido último de lo inerte y etéreo, de lo superfluo y común, de lo por desconocimiento llamado accesorio por no caer en la cuenta de la estabilidad que depende de esas minúsculas partículas que nos acompañan. La lente del interior de los poetas es un crucigrama sin descifrar muy dado a asombrarse del mecanismo de un lápiz.


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