viernes, 6 de octubre de 2017

Escuchar tu voz


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Siento devoción por los Nocturnos de Chopin desde que leí el diario de Wladyslaw Szpilam, el pianista del Gueto de Varsovia. Son pocas las mañanas en las que, junto a la taza de café humeante y el primer cigarrillo del día, no aparece Chopin para alegrarme esos estiramientos del despertar que consisten en ir poniéndole a uno a tono con el presente recién pintado. Hay qué ver cómo se nos escapa el tiempo. El tiempo en la música lo es todo, y el silencio la culminación de su esfera. Sale uno al paso de la escritura como medio para resarcirse, para encontrarse mejor, para sentirse vivo en esta época de intempestivas algarabías vocingueras. Como más o menos todos, o digamos que una inmensa mayoría, hago de mi capa un sayo, me adormezco sin quererlo, me narcotizo con fantasías. La música clásica es una de las fantasías más productivas para el desarrollo del intelecto que hayan existido nunca; y ahí voy, sin acordarme si quiera de lo que acabo de escuchar, sin pararme a pensar en el momento de la creación de esa melodía que me hace mejor de lo que fuese si no fuera por Chopin, nadando entre libros que se adocenan y no se leen, y se miran y se tocan y se dejan hojear, acariciar, en este acantilado de ensoñaciones diarias desde que tenía catorce. La fragancia de las teclas de un piano es comparable a la mejor de las valerianas con las que sucumbir al esfuerzo diario yéndose uno a dormir tranquilo, en paz con los vivos y con los difuntos, con las autopistas del desenfreno y con la calma del hogar, con todo lo que tenga que ver con seguir teniendo ganas de escribir gracias a una voz. La voz, la música, el presente; parémosnos a pensar. Una de las cosas que se aprenden de la lectura de la buena literatura es a responsabilizarse uno de lo que dice; otra cosa es lo que escribe. Qué lindo escuchar tu voz.

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