viernes, 27 de octubre de 2017

Ejercicio respiratorio


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Es muy difícil ponerse a escribir estando emocionado, porque la escritura necesita de una emoción memorizada o anticipada, esculpida en la serenidad del escritorio mediante la pulsión de la voz interior, pero no inherente al instante en el que se genera el texto, otra cosa es ese apunte raudo y furtivo que colocamos en la servilleta de una bar a altas horas o a media mañana, ese vistazo que tiene que ser recaudado por temor a no volver a ser recordado. Por supuesto que el acto de la escritura tiene algo de emocionante, incluso en el mismo momento de ejercerla, en ese verse uno sentado y expresando palabra tras palabra, por el mero vicio de escribir, lo que le viene en gana o considera oportuno, pero sosteniendo el impulso creativo sobre esa avalancha de impresiones que atiborran el espacio de la mente y le hacen a uno salir a dar un paseo para que las cosas se vayan poniendo en su sitio, eligiéndolo, amoldándose a la alegría, a la pura alegría de escribir. Escribir es un ejercicio respiratorio del que se saca en claro que todo se relaciona, las lecturas y las vivencias, los gestos y las poses, las miradas, el ruido y el silencio, la calle y el hogar, los sueños y la tangible realidad que se nos va de las manos a cada instante. Últimamente me ha dado por reflexionar en torno al aspecto intimista que pueda denotar la escritura en un blog, pensamiento que ha venido de la mano de la emoción, de no poder ponerme a escribir sobre cualquier cosa al sentirme embargado por una sensación de ir andando unos centímetros por encima del suelo, liberado, abstraído del presente en una nube contemplativa, y he llegado a la conclusión de que esos materiales procedentes de ese estado son una fuente que bien pudiera formar parte de un relato, de diferentes cuentos, o sencillamente de un diario en el que atestiguar lo que a uno le corre por dentro. La escritura de un diario es una confesión que uno mismo le hace a la existencia, siempre con la esperanza de ir aumentando el contenido con ese resumen que al final de cada jornada nos vuelca el subconsciente. Escribir un diario es una forma de desahogo y de inventiva, de sentirse uno fiel a los acontecimientos, y es al mismo tiempo una magnífica terapia contra el frío del invierno y el sopor del verano. Escribir un diario es ordenar el pensamiento, hacerlo fluir por cada uno de los días en los que cabe una vida entera.

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