Disponer del tiempo necesario para que el hábito de la lectura se convierta en parte de la dieta es un privilegio que, a pesar de la dinámica ordinaria que nos encierra en callejones de prisas comerciales y horarios que parecen no tener suficiente con venticuatro horas, nos conduce al maravilloso abismo de visitar otros lugares sin movernos del sofá y a conocer a muchas otras personas de las que además se nos encarga la responsabilidad de ponerles cara, vestimenta y color de pelo. La imaginación nada a sus anchas por los derroteros del cuento y el relato. La intriga nos hace no dejar pasar la tentación de leer el capítulo siguiente y, lápiz en mano, el encuentro con esa frase carga de sabiduría, que parecía que nos estaba esperando desde hace años, subrayar ese tipo de expresiones que tienen la carga significativa de los proverbios se convierten en actos que se van sumando a las costumbres de quienes se ven inmersos en un mundo aparte del que casi siempre se sale con la sensación de que la vida es vivible y, lo que resulta más seductor todavía, imaginable de una forma mejor.
Leer implica una parte de compromiso con el alma que consiste en ser capaz de hacerlo casi en cualquier lugar. Esa burbuja, en la que se aloja el lector ensimismado en la página, es capaz de mantenerlo concentrado a pesar del frenazo del autobús urbano en el que se encuentra o del bullicio que se forma alrededor del sitio preferido del bar para instalarse en la postura del experto, como ese irreductible leyente, habituado a leer sobre la barra de una cafetería durante horas, que Muñoz Molina nos describe en un artículo cargado de simpatía hacía quienes parecen disponer de una coraza contra las balas perdidas, de esta merienda de negros, formada por el permiso de residencia en los países de la fabulación y el continuo aprendizaje de los libros. Y, ciertamente, resulta agradable contemplar el estado de bienestar de cualquiera de nuestros compañeros de vagón o terraza, de parque o biblioteca, que comparten con nosotros las vitaminas de las letras impresas en ese gesto que nos hace levantar la cabeza para pararnos unos segundos a reflexionar sobre el impacto de lo que acaba de acontecer en el interior de ese puñado de hojas que tenemos entre las manos. Suele ir, ese instante de meditación, acompañado de una leve sonrisa con la que el cerebro experimenta una sacudida de frescor con la que los pájaros en la cabeza se convierten en mariposas engendradas en el capullo de la salud mental.
Hoy que se celebra el día del libro es inevitable la visita a mis libreros favoritos; a Juan, en la calle San Jacinto, que me comenta que Antonio Machado tiene que ser bueno porque lo vende muy bien; a Paco, en la Gran Plaza, que me recomienda, ante la disyuntiva de elegir entre una u otra edición de un mismo título, que me fije en el tamaño de las letras y en el color de la portada; o a ese cubano licenciado en filología hispánica, que se gana unos euros cerca de los jardines de Murillo, que tanto me enseña sobre autores americanos, John Dos passos, Hemingway, Faulkner, Henry Miller, y que, mirándome por encima de sus inclinadas gafas, me dice que estamos acostumbrados a quejarnos por vicio, sin moverse de una silla plegable en la que siempre le acompaña un novelón, con aire de maestro en bermudas que da fe de que en la calle se encuentra una de las mejores aulas de la vida. Resultaría chocante pero enormemente bello que a todos ellos se les diese la oportunidad de disponer de un huequecito en el que vender sus libros, cuyos precios oscilan entre uno y tres euros, en esa arquitectura de casetas que representan las ferias del libro o las conmemoraciones como las de hoy. A buen seguro que Nicanor Parra haría buenas migas con ellos pasando, por desgracia, tan desapercibido como lo hacen todos y cada uno de estos maestros del asfalto.
Querido Clochard:
ResponderEliminarEs complicado,hay que saber desconectar o conectarse muy bien a la hora de leer.Cuanta gente interesante llegas a conocer cuando llevas la mente abierta para escuchar y vacía de prejuicios para ver.Y tú la llevas.Un abrazo fuerte!!
Querida Amoristad:
ResponderEliminarLa lectura nos abre las puerta de paisajes y personas que no conoceríamos de otra manera, y nos ayuda a conocer mejor los paisajes y las personas con las que nos cruzamos. Además nos aporta la sensación de saber que en cualquier momento nos puede estar esperando algo bueno, nos hace ser conscientes de lo imprevisible que es la vida. Gracias por, poco a poco, tener aficción por este dulce hábito.
Mil besos.
Gracias a ti,por tú paciencia.Un abrazo fuerte!!
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