Si me pusiera a recordar las paredes entre las que se alojaron mis huesos a lo largo de los periodos en los que necesité que me fuese dado un hueco para descansar, en esas etapas de prácticas, en restaurantes, en las que uno se aventuraba inocentemente a descubrir América, podría decir que hubo de todo, que en un par de ocasiones tuve la fortuna de descansar en apartamentos que gozaban de cierta decencia y que la mayoría prefiero que se queden merecidamente extraviadas en los confines del olvido. Me refiero a los cobijos otorgados por los sitios a los que uno llegaba con una maleta llena de camisas blancas bien planchadas, algunos libros y todas las ganas del mundo por comenzar lo antes posible a sentirse parte de aquello, aunque fuese sin cobrar un duro e intentando no estorbar demasiado, pero honradamente dando el callo.
Rápidamente te dabas cuenta de que uno de los grandes privilegios era que tenías derecho a convivir con otros dieciocho compañeros en una casa en ruinas que decía mucho del poco tiempo que este oficio deja para otras cosas. Porque lo primero es lo primero y que no se nos olvide. Existían por aquel entonces, que fue hace dos días, y hoy mismo sin ir más lejos continúan existiendo, leyendas sobre la salud o enfermedad de las moradas en las que se encontraban otros colegas por estos mundos de bendito sea dios tres al mismo tiempo en un lavabo, o cuatro, suites con humedades y cucarachas, y somieres de la época en la que el Cid estaba novio con Doña Jimena. De manera que una de las cuestiones importantes, a la hora de ingresar en una nueva legión, era el tema del hospedaje. Si te decían que no estaba mal es que no estaba bien, si la respuesta es que estaba más o menos bien es que estaba mal, que no era lo peor, y si llegaba a tus oídos que estaba mal es que era denunciable, cosa que me sorprende que nadie haya hecho aún hoy en día cuando todavía es llevada a la práctica semejante falta de consideración que deja al descubierto los pocos escrúpulos de quienes practican la caridad de tan formidable manera.¿cómo se puede tener a catorce o quince miembros de un equipo de máximo nivel albergados en un sótano por el que el único vínculo con la luz del día es una pequeña ventana de apenas medio metro cuadrado?¿Quiénes se creen que son, el ombligo de qué mundo tan cruel? Bueno, eso salta a la vista ¿Es esa su aportación de dignidad y conciencia con la que pretenden enseñar cómo tratar a los que mañana vengan detrás? ¿No es suficiente con el esfuerzo y la ausencia de paga como para que además el plus venga en forma de riesgo de contraer alguna enfermedad contagiosa?¿A quién hay que darle la medalla que estaría encantado de hacerlo?Lo malo es que en ocasiones nos jactemos de lo que tuvimos que aguantar como si eso nos hiciese más hombres, y no nos paremos a pensar con calma que es inadmisible que esto aún esté formando parte del presente, que no se puede consentir, que como sigamos así vamos camino de que el oficio, la hostelería de altos vuelos, se convierta en una abrumadora venta de hipocresía cuyos bastidores se encuentran enfermos de sensibilidad.
Querido Clochard,son como fajas oprimen lo de adentro engañando a los de afuera.Ya sabemos como se hace dinero,no teniendo ni conciencia,ni escrúpulos,ni humanidad.Me quedo como estoy.Un abrazo.
ResponderEliminarQuerida Amoristad:
ResponderEliminarExisten restaurantes de élite que ofrecen, hoy en día, un piso de 50-60 metros cuadrados para que, después de trabajar 12-14 horas, los chavales de prácticas que cobran una miseria, si con suerte la cobran, descansen amontonados. Espacio que tienen que compartir 9-10 ó más personas.
Y cosas mucho peores. Una aberración y auténtica vergüenza.
Salud y besos.