La comida, fenomenal. El entorno muy bello. El ambiente muy apropiado. El servicio, amable y diligente. Cocineros, camareros, recepcionistas, gente muy maja. Pero del personal de limpieza, de “los picas”, nadie se acuerda. Ni se les nombra. A ver, damos por supuesto que un sitio de esta categoría tiene que estar como los chorros del oro, se diría cualquiera. Pues sí, pero lo que no se imagina la mayoría, o casi nadie, o nadie, por ese desafortunado desdén con el que se ha extinguido la mínima capacidad de ponernos, por un minuto, en la piel de los demás pensando que el mundo está hecho a nuestra medida, sobre todo en occidente, donde es insultante el descaro con el que se nos olvidan los beneficios de la reciprocidad en cuestiones de civismo, es que sin el esfuerzo de estas personas no sólo no estaría todo tan limpio sino que se rompería hasta la cadena de montaje de los platos.
Generalmente, los componentes del equipo de un restaurante encargados de los sinónimos del lustre se reparten las tareas propias de la higiene del establecimiento junto con las propias del servicio en sí, en lo que a estado de salud del menaje se refiere. Por un lado la Cubertería y la vajilla. Por otro todo lo concerniente a ollas, sartenes, perolas, bandejas, besugueras, cazos, cazuelas y en fin Serafín, además de la semejanza del estado del establecimiento, en su totalidad, con una patena. Nada sería lo que es sin su eficiencia. Ahí, en la retaguardia, en la trinchera del lavavajillas y el trapo. En la encrucijada del guante y el estropajo. Al relente del delantal y la bayeta. Recibiendo todo tipo de utensilios y recipientes recién usados. Restos de manjares sobre los que pasó el caballo de Atila del cuchillo y el tenedor. Almas todo terreno sobre el océano del fregadero. Elementos sine qua non, te pongas como te pongas.
Me emociono cuando lo recuerdo y ahora que lo escribo. Tenía un compañero que tras esos envites propios del más cruel de los agobios, en el que por entonces fue denominado mejor restaurante del mundo, me decía: - para todo este circo estás tú, éste, aquel, el otro, Maroto y el de la moto, y estoy yo que soy un pica tres estrellas.- El orgullo profesional de esta persona movía montañas, y aunque pueda parecer extraño era uno de los que más tiraba del carro. La onda expansiva de su afán por hacer bien las cosas nos contagiaba al resto. Ahí, En la parte de atrás del escenario, enchufando el cable que se acababa de soltar, apagando fuegos, permitiéndonos que luciésemos el tipo, almidonados en la sala, conscientes de que teníamos las espaldas bien cubiertas y de que no faltaría de nada en el momento menos pensado en el que te traiciona el vacío de la muletilla de marcaje.
El silencio es la nota más difícil de tocar y no hacer ruido con tanto cacharro de por medio es complicado, y no romper nada, o poca cosa, ni digamos, teniendo en cuenta las condiciones en las que en muchos restaurantes de copete se trabaja de puertas para dentro. Bártulos y cachivaches ensamblados, cuales piezas de un magistral tetris, son la escultura tras la que se encumbra la habilidad de estos colegas que pasan desapercibidos como turistas japoneses, injustamente. Su trabajo es el punto de partida detrás del que se encierra la infinitud de lo sucesivo en la puesta en práctica del reparto de felicidad.
La prensa y la crítica, los que comen gratis y se creen con la verdad absoluta en la mano, a algunos de los cuales no estaría mal pararles los pies e invitarles a que se ponga un delantal para ver lo que saben, y después darles una humillante calificación y poner en peligro sus ingresos, que es lo que frecuentemente hacen, con la estabilidad de muchos restaurantes, después de haberse llenado la barriga por la cara, tienen una asignatura pendiente cuando se ponen a hablar de establecimientos hosteleros no dejando de subdividir sus comentarios en apartados que ya van oliendo al aburrimiento de los facilones esquemas del simplismo. Pero claro, bueno, oscuro diría yo, tan poco dados como somos al reconocimiento de todo lo que no sea salir en la foto y tan dispuestos a hablar de lo que no sabemos, a lo mejor hay que esperar a que una gran firma de detergentes les subvencione para que se paren a pensar en los que friegan cuanto utilizan mientras se piensan si levantar o bajar el pulgar inquisitivo de sus plumas.
Querido Clochard,hay mucha gente detras del directo, que se preocupa de hacerlo lo mejor que saben pero,tú consigues que todo ese trabajo,culmine en algo especial y mágico...gracias por la cena ha sido fantástica.Un abrazo fuerte!!
ResponderEliminarQuerida Amoristad:
ResponderEliminarUsted, mejor que nadie, sabe lo que significa estar en el océano. Lamentablemente no se le da mucha importancia, como a todo lo que no nos han enseñado a dársela. Afortunadamente hay personas que se baten el cobre con buen humor y dedicación, como es su caso, sin las que un restaurante de copete no sería lo mismo. Ánimo pra seguir haciéndolo igual de bien.
Un fuerte abrazo!!
Hay jurados que poco o nada conocen y manejan información y cualificación para tener la dificil tarea de puntuar a algo o alguien, solo saben criticar y embuchar(tanto el buche como el bolsillo) y luego con un simple gesto que dura un segundo pueden desprestigiar un trabajo que ha durado, seguro, mucho más.
ResponderEliminarGloria:
ResponderEliminarAlgunos de ellos, entre los que se encuentran los más célebres, tienen "negros" para que les escriban las críticas porque no es difícil que salgan a cuatro patas del restaurante y no recuerden nada. por eso se suele apreciar mucha comida recalentada en sus comentarios cuando no saben ni qué poner, sobre todo en esas guías que parecen ladrillos.
Y con respecto a la cantidad de trabajo que no se ve y gracias al cual todo funciona, ni te cuento, ni los propios empresarios le dan la importancia merecida.
Un saludo y un trago.