Sorprende ver un sitio tan bello como Marbella, si nos referimos a su casco antiguo y a la parte montañosa que rodea a esta ciudad, cuyo encanto queda supeditado a la celebridad de los ladrones y rateros que literalmente no saben hacer la o con un canuto, cuyas bocas no cesan de decir barbaridades y desajustes semánticos con los que queda demostrada la preparación de quienes han ostentado el poder para desembocarlo en el mezquino y traumático enredo de la corrupción, que de puertas hacia fuera tenga tan mala fama como los peores mafiosos que haya dado la historia resultándonos familiar su nombre por los desfalcos ocurridos, a costa de la ciudadanía engañada, en los últimos años, basicamente desde que Jesús Gil iniciase el proceso de vapuleo contra la dignidad de este lugar, y no por la parte correspondiente a la cultura popular que expresan esas calles repletas de macetas y encaladas con el sempiterno estilo andaluz que armoniza con los rayos del sol. Eran ya casi cinco años sin que mis huesos se dieran cita en este pueblo y, a pesar de la brevedad de la visita, creo que he sabido aprovechar la ocasión para disfrutar de todo cuanto se me ha puesto por delante con sabor a Marbella.
Aquí estuve durante un periodo en el que se encuentra uno de los inviernos más felices de mi vida. La literatura protagonizaba gran parte del tiempo disponible fuera del trabajo: las tardes de biblioteca, en un edificio cuyo encanto refugiaba el pensamiento sedándolo en las páginas, las mañanas húmedas y yodadas, ese par de horas de lectura que antes de dormir le dejan a uno el sabor de boca al dente para enfrentarse a los sueños y lo novelescos que se vuelven los desayunos entre papel de periódico y saludos que desean los buenos días con acentos mezclados, todo ello me volvía a visitar ahora y el recuerdo de gentes como el Susi: un marroquí instalado en esta zona desde hace mas de veinte años y que regenta un bar en el que la poesía le arrima el hombro a los tragos que se encargan de juntar a los habitantes de la noche como si de una red de pescar se tratara; o el bar de Paco el limpio, inigualable templo de los boquerones en vinagre y claro ejemplo de permanencia de principios y forma de hacer las cosas, situado en la calle Aduar, siempre con la bayeta en la mano, en el que se pueden encontrar los mejores ejemplares del Jurásico contemporáneo formado por una parroquia de toda la vida a la que aún le apasionan las sencillas cosas que no necesitan de incomprensibles necesidades basadas en adelantos repletos de manuales de instrucciones en los que destaca la aglomeración de la letra pequeña; obreros que toman uno tras otro vasos de ligaillo, moscatel con blanco, o botellines de cerveza a morro hablando de lo de siempre.
He vuelto a quedar impresionado por el fantasmal aspecto del hotel Don Miguel, cuya mole puede ser vista imponentemente de frente desde la estación de autobuses, coronando la ciudad allá en lo alto, enhiesto y fuerte, con aspecto de portentoso edificio, rodeado por un cerco de ladrillo y alambrada que delimita el espacio de lo que fue un establecimiento de lujo y ahora es pose y silencio y nada más. Me paro a pensar qué se podría sentir si me dejasen pasar ahí dentro una noche, pasear por esos pasillos en los que ahora no trabaja nadie, meterme en esas cocinas y en esos comedores por los que los chefs y los camareros, los comics y los maitrês ejercían el noble oficio del reparto de felicidad. Marbella tiene este tipo de contrastes provocados por el injustificado ejercicio del derroche. También tiene hostales modestos como El Gallo, en el que la sopa de picadillo y el calamar a la plancha bordan el papel estelar de los carruseles del mercado, cuyo precio se encuentra al alcance del currante y del bohemio, en el que rememoré tantas veces que repuse mis fuerzas junto a la chimenea de su comedor.
Existen, hoy en día que el libro de imprenta va camino de la extinción, bastantes tiendas de saldo en las que se pueden encontrar ejemplares de obras maestras de la literatura universal por el módico precio de un euro, o de dos si sus pastas son duras -el baremo utilizado habla por sí solo de otras cosas-, que usan un porcentaje de su recaudación para benéficas causas como la investigación médica. Aún se conserva la salud de la librería que más frecuentaba, la del Zoco, en la que descubrí a Italo Calvino y a Luis Sepulveda, a Don DeLillo y a Jostein Gardeer, en cuyos pasillos ojeé tomos y descubrí una vez mas que uno solo sabe que no sabe nada. Todo esto me transporta a un tiempo pasado del que conservo un rejuvenecedior recuerdo que se encarga de incentivar los traslados, las idas y venidas, la inigualable sensación de saber que cabe la posibilidad de que dentro de poco exista un nuevo destino, otra tierra por explorar, otras gentes con las que hablar, otras costumbres con las que convivir y continuar creciendo.
Para todo esto, y para volver a contemplar la fachada de The Tavern, bar inglés de clientela inglesa, en el que solo se habla inglés, cuyo dueño es inglés y al que uno se puede acercar si quiere saber los que es la pasión futbolística que este pueblo, el inglés, siente por los colores de cada uno de los equipos de sus ciudades, y para ver el aspecto invernal, como contagiados por un velo de polvo, de esos sitios a la espera de que vuelva el verano para reiniciar su actividad, y para pasar junto a la casa en la que viví durante más de un año, y para volver a observar cómo se desenvuelven esas personas con aspecto de alemanes o escandinavos que han elegido esta zona para afincarse en ella, y para comprobar que el local de El Chiqui ha sido sustituido por una barra moderna en la que se da cita el pijerío marbellí en lugar de la tropa que a capa y espada brindábamos con nuestros vasos de barro congelados y llenos de cerveza, y para constatar que la desproporción de apariencias entre las calles del casco antiguo y todo lo que engulle la avenida Ricardo Soriano no responde a la esencia que aquí se encuentra, y para tristemente volver a ser testigo de las consecuencias de la crisis, de cuya melancolía se encuentra todo empapado, y para entender que Jorge el chileno ya no se encuentra entre nosotros, y que Antonio sigue en Perú, y que este lugar sigue guardando su magia, he contado con la inestimable colaboración de un maestro del que hablaremos a parte.
Ahora que toca partir, que salgo en dirección a Granada, me encomiendo a las rayas pintadas sobre el asfalto para que el recuerdo de cuanto he recogido en Marbella me acompañe a lo largo del trayecto.
viernes, 11 de enero de 2013
Cita con Marbella.
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Espero que tu periplo sea feliz, Clochard.
ResponderEliminarSalu2.
Gracias, Dyheho. Ir de un lado a otro es vitamínico y seductor, y sobre todo poder volver a saludar y estar con amigos a los que uno se acerca de tanto en tanto.
EliminarSalud.
Si voy de viaje,no me llevaré la guía michelín,me llevaré tú blog.Es mucho más personal y más auténtica.Un abrazo fuerte!!
ResponderEliminarLa guía Michelín es un condicionante demasiado pesado y falsificado por los guarismos de los intereses. Hacerlo a tu aire es una manera en la que la despreocupación se ocupa de que cada descubrimiento tenga el valor de un tesoro.
EliminarMil abrazos.