Mucho antes de venir a Huelva, cuando estudiaba en Sevilla, hace ya unos quince años, escuchaba con frecuencia, en primer lugar por parte de algún compañero onubense y mas tarde por cualquier otro mínimo o nefasto conocedor de este lugar, que la característica principal de esta ciudad era que no tenía nada, que no había nada, que la nada era el todo en el que se respiraba en este punto del planeta. Pero aquello era dicho con tal naturalidad que a uno le asaltaban dos sensaciones al mismo tiempo: por un lado comprobarlo de manera inmediata lo antes posible, y por otro dar por hecho algo que parecía irrevocable y ante lo que no cabía el menor margen de duda. Después muchas han sido las veces que he pensado en Huelva, sin todavía haber venido a ella, cada vez que alguien me hablaba mal o con cierto desdén y desgana a cerca de algo, de una película o un libro, de una persona o una obra de teatro, de un restaurante o un profesor, comprobando, en ocasiones/siempre, que no tiene porqué coincidir con la percepción que uno pueda tener sobre nada que aparentemente sea irrefutable, por detestable que sea el objeto de la desdicha calificativa apoyada por la mayoría presente ante las declaraciones, la sensación adquirida por cualquier otra persona, y practicamente jamás cuando nos referimos a lo que necesita de agudizar los sentidos para palpar la esencia del asunto a tratar, como es el caso de las ciudades.
A partir de entonces y al mismo tiempo comprobé que nunca había consenso entre las opiniones extraídas de la contemplación de una obra de arte o de la lectura de una novela por parte de los compañeros que me iban tocando en suerte y las mías, y de esta forma, y conociendo cada vez mejor el baremo por el que depende qué amigo se regía, yo sacaba mis preliminares conclusiones a cerca de una película, sin haberla visto, como quien lee la contraportada de un libro que no se decide a comprar. El resultado de todo esto ha sido siempre el mismo una vez que me he dispuesto a comprobarlo por mí mismo: el asombro y la sorpresa, la inmensidad que encierra el mundo que se encuentra justo al lado nuestro, lo grandes que son las cosas y lo premeditadamente cerrados que nos vamos volviendo emitiendo gratuitamente opiniones basadas en conjeturas que carecen de sustento ni vivencia por el mero hecho de que no nos atrevemos a decir que no tenemos ni idea de esto o aquello.
Hoy en día es muy frecuente, teniendo en cuenta la cantidad de barbaridades y de mala información que de un plumazo uno puede obtener en la red, ver como se habla desaforadamente a cerca de asuntos de los que el rigor para afirmar los argumentos que se sostienen, obtenidos de fuentes de dudosa competencia emparentada con el cotilleo, viene dado de una serie de conclusiones cargadas de prejuicios iniciales que se han convertido en costumbre. De modo que la parte positiva la tenemos llegando a la conclusión de disponer del infinito delante tuyo; es como darle la vuelta a la tortilla, para entendernos. O sea, que habida cuenta de la ingente cantidad de desorbitadas y desaforadas estupideces que uno tiene la posibilidad de escuchar a diario, aprendiendo no siempre a cómo hacer las cosas sino a cómo no hacerlas, el papel en blanco aguarda a la espera de que lo rellenemos con la sencilla realidad apartada en cualquier esquina, de la que nadie parece darse cuenta, y en la que se encuentra las mejores instantáneas que puedan ser conseguidas en la actualidad.
Poco a poco, a lo largo de los tiempos, el hombre ha ido tratando de hacer de la sociedad un enjambre en el que, además de que los zánganos sean cada vez más y a ser posible con mejor vida, se disponga de lo necesario para alcanzar eso que conocemos como calidad de vida, de cuya relatividad podríamos estar hablando años, y transparencia de información con el fin de alcanzar el grado de desarrollo que se merece una incivilización como la nuestra. A simple vista parecen objetivos y causas bastante nobles, solo que con el inconveniente que ha acabado por arrasar con los matices intelectuales de irrevocable necesidad que serían precisos para que todo eso se condujese por los surcos de la verdad, viéndonos encerrados en la ignorancia de las falsas apariencias, sitiados por la comodidad de no mover un dedo, siendo esto de tontos ya, para buscar por nuestros medios aquel dato que nos haga salir de dudas, y habiéndonos convertido en parte formante del negocio de la tontería inyectada en vena con la que nos adormece la publicidad, la moda, las tendencias a cual más incongruente, y lo que es peor y más triste: la pereza de no pensar por nosotros mismos.
jueves, 17 de enero de 2013
Pereza mental.
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Clochard:
ResponderEliminarHaces un análisis muy detallado, razonado y lógico de las percepciones humanas. Realmente los juicios de valor son tan dispares que, lo mejor es seguir la senda que indicas: comprobarlo personalmente.
¡La de sorpresas que nos llevamos!
Pero para ello, lo principal es desprejuiciarse. Y ahí ando yo, con muchos prejuicios: unos que llevo puestos sin percatarme de ellos y otros que me pongo concienzudamente.
Devuelta a mi casa, de noche, por la autovía, escuchando la radio, entrevistaban a una escritora cuya última novela está teniendo bastante éxito. Le tengo tantísima manía a la tal señora que, después de varias respuestas (cuyo contenido adiviné antes de que las dijese), cambié de emisora.
Sé que son prejuicios, a lo mejor me estoy perdiendo una novela interesante, yo mismo me pongo barreras y acoto mi libertad... Mi mujer me lo dice, que soy un gilipollas con esa actitud mía.
Pero no lo puedo evitar, si algún escritor de cae mal, me niego a leer sus obras. Si previamente he leído algo de alguien que empieza a caerme mal, lo mismo sigo leyendo o lo mismo no. Pero si es a priori, que se despida el susodicho. También me pasa con otro escritor cuyas obras se venden muy bien y que es un imbécil elevado al superlativo máximo...
En fin, como me caes bien, pues te leo, jejejejeje.
Que es broma.
Tus reflexiones me gustan.
Perdón por extenderme hoy más de lo debido.
Salu2.
Estoy haciendo un trabajo de investigación detectivesca y dados los apellidos que aparecen en su correo electrónico y las respuestas cruzadas en el blog de Blimunda,he llegado a la conclusión de que hay un parentesco entre usted y Blimunda, ¿verdad?
(¡Qué buen detective seré...)
Salu2
Dyhego:
EliminarEn primer lugar comentarte que haces bien en extenderte tanto como quieras. En segundo termino decirte que prejuicios tenemos todos, es natural en nosotros, y creo que con el mero hecho de darnos cuenta se puede iniciar el proceso de superación de dicho estado de malestar en el que te encuentras cuando la sensibilidad se apodera de tí, dándote cuenta de lo que eres y piensas y aferrándote a la idea de que las sombras que escoges para cobijarte son de buena calaña, profundizando en el sentimiento de aprendizaje y autorealización que se alcanza tratando, solo tratando de entender, no de compartir, las cosas como son. No sé si me explico. Por último he de decirte, en broma, que tienes muy buen olfato, vamos que si vieses un montón de colillas podrías deducir facilmente que en ese lugar han estado fumando.
Saludos Arturconandilescos.
Clochard ¿qué te llevarías a una isla?
ResponderEliminarLourdes, a una isla me llevaría la certeza de haber tomado la decisión adecuada, y semillas para cultivar flores, e ideas que esculpir sobre el papel y...
EliminarSalud.
Gracias.
ResponderEliminarQuerido Clochard,cada uno cuenta la feria como le fue.Lo que está claro es que la sugestión funciona.Un abrazo de colores!!
ResponderEliminarLa sugestión es inevitable, pero se vuelve adversa cuando nos condiciona hasta el punto de ser nuestro único referente. En cada rincón existen cosas sin explorar, y detrás de ellas motivos para pensar por nosotros mismos.
EliminarSalud.