Hace cinco años que conocí a uno de esos protagonistas de las melodías de la calle, a un prodigioso guitarrista errante que dio con sus huesos en Marbella tras los innumerables trámites anteriores con los que la vida le fue regalando motivos para hacerse ciudadano del mundo con razones de peso kilométrico. Después la amistad me ha regalado la permanencia de contacto con semejante artista, y gracias a alguna que otra llamada telefónica y a la esporádica aparición de un mensaje en forma de chiste en la bandeja de mi correo electrónico he ido sabiendo que el buen humor y la estoica capacidad de este huésped del swing, luchando contra una enfermedad a base de un tratamiento médico que hace difícil imaginar que aún le queden fuerzas cada día para encomendarse al escenario, se encuentran por encima de las ordinarias y extraordinarias vicisitudes del camino y de los atropellos de la disconformidad y la debilidad de la apatía con los que cualquiera se hubiera vuelto loco mientras él sigue en su deambular errante y constante grabando sus joyas en la terraza-estudio de otro que tal anda y del que la poesía no se encuentra muy lejana, lugar en el cual se me brindó hace poco la oportunidad de cantar Peces de ciudad acompañado por estos dos grandes del panorama musical de la más grande y lúcida bohemia conocida hasta el momento por un servidor.
Lo primero que le escuché de manera emocionada fue Sitting on the morning sun de Otis Reading, tema cuya primera frase él solía cambiar por algo más dado a la simpatía de la lujuria sin dejar de lado la entonación y la maestría con la que el corazón se le ponía, y se le sigue poniendo, en la garganta. Bob Dylan o Duke Ellington, Django Reinhart o G. Miller, daba igual, todo cabía en aquel instrumento diatónico en el que se transformaba su voz, y aquel hombre que iba de un lado a otro del casco antiguo, con su orquesta basada en sus palabras cantadas y su guitarra a cuestas, pasaba de un palo a otro con la facilidad con la que los cuerpos son atraídos por la fuerza de la gravedad sobre la tierra, y así no era de extrañar que si la ocasión lo requería y las nubes no lo impidiesen se arrancara con un Bésame mucho de Consuelo Velázquez para sacarle una sonrisa a esas señoras que no dudarían un instante en colaborar con la causa y dejar algún euro en la yacente funda del instrumento a la vera del interprete.
Recuerdo cada vez que me trataba de explicar lo sencillo que es el idioma de la música, eso se aprende en diez minutos me decía, y sus consejos para practicar la posición de la cejilla y cambiar con frecuencia de acorde sin que esto suponga el siempre tortuoso trance para el novato a la hora de afrontar con solvencia y resolución la nota de Fa en sucesiva armonía con otras tantas de las que conforman un tema o una escala. Era un tiempo en el que la crisis aún no había hecho la mella con la que ahora nos está devorando y el mundo andaba intranquilo pero con relativa paciencia, a pesar de verlas venir cada vez con más peligro. Las terrazas comenzaban a no ser lo que eran y los turistas no parecían tener una tan boyante ambición consumista como en épocas anteriores, cuando un españolito podía encontrar entre las papeletas del saco de sus posibilidades con echarse una novia sueca y rendir honor al estereotipo marcado por el final del franquismo bajo el modelo de un Alfredo Landa ligón y playero.
Salí de Marbella dirección a Sevilla, de allí me dirigí a Cantabria y luego de nuevo a Sevilla pasando por Cádiz antes de aterrizar en Huelva, y siempre que, en cada uno de los nuevos destinos de los que he disfrutado, he visto la imagen de una estrella sobre la acera o en un soportal, en la boca del metro o en una alameda, en la peatonal columna vertebral que suelen tener casi todas las ciudades o en la puerta o el interior de un garito atractivamente iluminado, he recordado a Miguel en esas aventuras que le llevaron a atravesar Europa de cabo a rabo con doscientas pesetas en el bolsillo, haciendo autostop y poniendo en práctica la libertaría transigencia de los hippies de aquellos días en los que la ceremonia del entendimiento no necesitaba de un currículo vía facebook que la amparase para poder dar con sus huesos cansados de tocar sobre la amistad de un colchón y un plato de sopa compartido.
Hace solo unos días que he volví a disfrutar de su compañía e inteligente conversación y volvieron a surgir de nuevo temas de rememoración como aquellas sus míticas sesiones en el puerto de Saint Tropez, tras las que parecía que el dinero le quemara en los bolsillos y se convertía en un experto cada vez más contumaz en la firme proposición de volver a casa sin un mango, que bien valdrían para alimentar el argumento de una buena película; o el curioso caso de la estación del metro madrileño situada en la calle Génova, en la que se puede disfrutar de una impecable acústica con la que convertir aquel espacio en un lugar perfecto para el ensayo. Siempre me recuerda lo mal que suena mi guitarra, custodiada por él durante los últimos cuatro años, y cuando avanzamos en el recuerdo de las aventuras sale al paso aquella ocasión en la que fue detenido en Bérgamo sin saber a santo de qué y rodeado de tantos policías como jamás había visto en su vida.
Su biblioteca, en la que los libros están dispuestos de arriba a abajo en función de la valía de los mismos, desde las obras maestras hasta los que se pueden considerar de relleno para todo aficionado, está formada por las últimas adquisiciones de una tienda de saldo a la que eventualmente se dirige a devolver los ejemplares leídos para sustituirlos por otros tantos, renovando su intelecto y contribuyendo a que el papel impreso ruede a sus anchas y a buen precio por el mundo. Qué diferente serían las cosas con muchos tíos como este, piensa uno cuando ve lo que se puede hacer con tan poco y cuando el simple hecho de mencionar la fecha del final del tratamiento se convierte ya en una celebración que pronto se olvida del sudor, el sacrificio y el sufrimiento que están costando semejante cabalgada a lomos de una invencible esperanza que es un buen espejo en el que mirarse para continuar luchando y dejar de quejarse por vicio.
En mi última visita a Marbella le acompañé al ayuntamiento de esta ciudad, lugar en el que desde la entrada uno es capaz de sentir la algarabía burocrática con la que siempre se han escondido los más importantes temas en este pueblo, para solicitar la renovación de su permiso de artista itinerante sobre el trazado del casco antiguo, y en mi afán de recoger nuestro turno sin hacerle caso de la inutilidad de tal trámite para lo que él necesitaba, en una de esas máquinas que te informan de la ventanilla a la que has de dirigirte para resolver tus papeleos, debí pulsar la tecla equivocada porque lo que salió de ella fue algo así como un ticket en el que ponía: 017, otras cuestiones, ante el que a Miguel le salió una cómplice e irónica sonrisa y a mí un: pues no resulta mal título para el próximo disco, maestro.
Clochard:
ResponderEliminarA veces te encuentras con auténticos artistas en las calles. Pintura y música, sobre todo. Hace poco le comapré un cd a un músico (chino o japonés, no los distingo) pero lo malo es que ahora no encuentro el puñetero cd por ningún lado para poderlo escuchar.
Cuentan que un violinista reputadísimo se puso a tocar en el metro de Nueva York y mientras la gente soltaba miles de euros por una entrada, allí sólo consiguió reunir una veintena de dólares...
Salu2.
Dyhego:
EliminarHe oído la anécdota del violinista en el metro de Nueva York, y ya te puedes hacer una idea de cómo anda la cosa. Siento un profundo respeto por todos ellos, por todos los artístas de la calle, forman parte de mi álbum de héroes.
Salud.
Que forma tan sincera tienes de mirar al mundo Clochard,el conocer a tantas personas y tan dispares supongo que te da una anchura de miras especial y tira por tierra los prejucios.Al final,un poco,es el miedo a lo desconocido lo que nos hace poner barreras...
ResponderEliminarUn abrazo fuerte
Todo se encuentra delante nuestro para ser visto y admirado, para aprender de ello, solo hace falta pararse a contemplarlo y si se tiene la oportunidad no dejarla pasar para alimentarse de todo lo que nada tiene que ver con las imposiciones a las que somos diariamente sometidos. En cada rincón se encuentra la vida, y con ella este tipo de personas con las que se enriquece.
EliminarMil abrazos.