miércoles, 30 de enero de 2013

Más difícil todavía.







Bertol tenía ganas de mostrarle a Fatt lo que había dado de sí su última creación, como él llamaba a aquellas cosas que se le ocurrían para pasar la tarde enfrascado en hacer cualquier cosa con la que entretenerse y salir del abatimiento que encontraba cada día en el trabajo. Bertol era un tío con talento, era polifacético en lo que al arte se refiere a pesar de ganarse la vida en una oficina de la que cada jornada salía con el mismo estado de ánimo con el que Fran Kafka lo hacía en la suya de Praga. Fatt era uno de los compañeros con los que más confianza tenía y casi el único al que podía contarle sus sueños y el desprecio que sentía por la falta de consideración con la que habitualmente se desatendían las habilidades de cada uno de los miembros del equipo, con el consiguiente encasillamiento de las funciones y el inevitable martirio que daba como resultado una turbia rutina que ya solo era capaz de salir viva si era alimentada con chismes y falsos testimonios, con vagas imaginaciones con las que parecía que las cosas eran menos aburridas. Bertol no salía del todo convencido de que sus pláticas hubieran ido a buenos oídos pero al menos le consolaba la paciencia con la que eran recibidas y no descartaba que en alguna ocasión Fatt le aportase algo con lo que enriquecerse y forjar una más sólida amistad, trascendiendo a lo meramente profesional. En aquella ocasión había dibujado una lámina en la que aparecía un castillo junto a unas chabolas y un grupo de personas cada una de las cuales iba vestida de diferente manera, representando la diversidad de la fauna humana y los polos de la ostentación y la miseria. Había utilizado carboncillo y pastel con la pericia que se le podía suponer a un estudiante de bellas artes; se encontraba satisfecho con la obra, sabía que había conseguido más de lo que e principio podía imaginarse, y al mostrársela a Fatt éste le contestó diciendo que no estaba mal, que para ser un aficionado no estaba mal, pero que él había visto otras muchas, de otros amigos suyos que eran unos auténticos expertos en representaciones realmente conseguidas y bellas.

Bertol solía cambiar, debido a sus fervorosas ganas de aprenderlo todo, de entretenimiento y gustaba también de hacer sus pinitos con la música. Tocaba la guitarra y la batería, al estilo de los que solo buscan un rato de distensión, pero con la guitarra últimamente se sentía especialmente inspirado y se encontraba tan a gusto con ella que pasaba horas y horas encerrado en su cuarto ensayando versiones con las que, como a él le gustaba decir, amenizar las celebraciones. De modo que aprovechó que aquel mismo viernes era el aniversario de Fatt y decidió ir acompañado con el instrumento a la fiesta que se organizaba en honor de su compañero. Una vez allí entonó siete temas seguidos en cuerda de blues con toques de jazz con los que las chicas no dejaron de aplaudir y pedirle otra. Después de unos cuantos bises, para los que tuvo que recurrir a las profundidades de su imaginación y convertir en una auténtica jam sesion aquello que había comenzado como una mera dedicación a su compañero, se acercó a Fatt para felicitarle de nuevo y de paso preguntarle que si le había gustado el regalo. Faty asintió y le dio las gracias por el detalle, pero le empezó a hablar de los genios de los años sesenta y setenta, de los bares de Chicago en los que tocaron los más grandes músicos de la historia del blues, y le animó a que continuase ensayando porque aún le quedaba mucho por aprender.

Como en la oficina era frecuente que se confundiera el desdén con el desánimo y que nadie quisiera tener nada que ver con el trabajo de los demás, ni ser molestado, ni las aspiraciones brillaban por su presencia, una vez finalizada una labor determinada el resto del tiempo cada cual lo empleaba en lo que le venía en gana, siempre y cuando no fuese visto por el jefe, y debido a otra de las aficiones de Bertol, la poesía, no dudaba éste en escribir sus ripios e irlos corrigiendo en aquellos huecos favorables para enfrentarse al reto del papel en blanco. Cuando hubo terminado uno de los poemas con cuya lectura se sintió realmente emocionado aguardó a  la mañana siguiente para mostrárselo a Fatt; esta vez no le podría poner ninguna excusa, el poema estaba dedicado a la novia de Fatt, escrito para ella por encargo de éste bajo la presunción de que la encubierta originalidad de Bertol causaría sensación en Maloo, la chica de Faty, con motivo del día de San Valentín. Al leerlo Fatt se mostró agradecido y aludió a una serie de razones que le habían llevado a pensar que sería una buena idea hacerle a Maloo entrega de un poema como si de su puño y letra hubiera sido escrito, eso si, sintiéndose en el último momento tentado por regalarle los Veinte poemas de Amor de Pablo Neruda, pero uno vez que estaba allí la creación de Bertol a lo mejor obsequiaba doblemente a su novia, pero que aun no sabía qué hacer.

Bertol era una persona que no le daba mayor importancia a las cosas siempre y cuando le dejasen actuar en paz y con el debido respeto, pero había algo en él que hacía que no dejase ni un instante de pensar en hacer algo original. Esta última semana había armado un mueble para la oficina con una serie de maderas recogidas de un desván de la misma compañía, y el resultado fue que aquel desorden que con cuatro papeles se formaba ahora aparecía como el lugar más atractivo para ponerse manos a la obra sin los agobios que en muchas ocasiones habían dado pie a que la moral estuviese por los suelos. Cuando Fatt contempló el nuevo ingenio no pudo resistirse a comentar que en Ikea venden unos módulos muy funcionales con los que poder hacer algo aun más bonito. A Bertol le traía sin cuidado esta actitud que frecuentemente caracterizaba el comportamiento de Fatt porque él se sentía realizado y no necesitaba del alago, solo pedía que las cosas se tomasen a bien y que cada cual lo hiciera lo mejor que pudiera en beneficio del resto, pero no era necesario que le diesen ningún premio, no era su estilo ni pretendía destacar por encima de nadie; eso si, a los arribistas no podía ni verlos.

Definitivamente una mañana se le ocurrió, a Bertol, que tres de los contenedores, en los que previamente habían recibido una serie de herramientas para la oficina, podrían ser reciclados y utilizados para la clasificación de los matereliales que fuesen teniendo pinta de ser desechados en breve, de forma que a la hora de la entrega todo se hiciese con el debido orden y sin pérdida de tiempo; además alguno de estos recipientes, los más pequeños, también podrían utilizarse como papeleres para cada una de las mesas de trabajo y así dejar de compartir algunas de éstas, y otros, los de mediano volumen quedarían como clasificadores de las carpetas que siempre andaban de allá para acá cada vez que había que indagar en los informes de años anteriores. De esta forma no habría que tirar nada y de paso la oficina se encontraría mejor ordenada. Cuando Fatt vio el resultado a penas le prestó atención al asunto pero en su cara se atisbaba un cierto gesto de reprobación que más bien podría considerarse como una manera de poner en práctica el silencio propio de esas envidias que matan callando. Bertol se le acercó y le insinuó que le diese su opinión y Fatt argumentó que llevaba años pensando en algo igual, en algo así, parecido por no decir lo mismo, pero son tantas y tantas cosas que entre unas y otras ya se sabe, dejándole caer a Bertol que como siguiese así un día de estos se lo encontraría haciendo el pino. Entonces Bertol le comentó: Qué va, se me ocurre proponerte algo más difícil todavía, ¿sabes?, ¿cómo qué? pregunto Fatt, a lo que respondió Bertol: que ni siquiera a tí se te ocurra intentarlo.




4 comentarios:

  1. Clochard:
    Estamos rodeados de individuos como el que tan exactamente describes: seres amargados, envidiosos y vampíricos, incapaces de valorar los regalos que se les ofrecen generosamente. No obstante, tienen una extraña capacidad para hundir en la miseria al prójimo.
    ¡Si supieran el daño que hacen!
    Lo malo es que esa indiferencia, ese aplastamiento de ilusiones hacen mella en el benefactor. Ese benefactor que sólo pide una sonrisa de aprobación, un gesto amable y un golpecito en la espalda.
    Salu2.

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    1. Dyhego:

      Hay que practicar la manera de sentirse defendido de semejantes especímenes, a base de cultivar la imaginación y felicitarnos, en nuestra humilde modestia, por no pertenecer a tal grado de desperdicio intelectual. Se encuentran en todos lados, y los puestos que más suelen cubrir son los que se caracterizan por los daños a terceros. La sociedad actual los necesita porque nadie que no reúna esas peculiaridades sirve para los trabajos que requieren las cerraduras de unos candados forjados en el objetivo de tapar la mentira.

      Salud.

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  2. El valor de las cosas está en el alma de quien las hizo.Hay muchos Fatt en el mundo,que no saben valorar los detalles si no llevan colgada una etiqueta,no con el valor monetario sino con el "precio real" que encierra su simbolismo.Peor par él...Un abrazo sin etiquetas!!

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    1. Así es, por desgracia, y tan deprisa van las cosas que no hay tiempo para pararse a pensar en esos valores, en esa pacífica forma de convivencia.

      Mil abrazos.

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