lunes, 14 de enero de 2013

Dulce monotonía, perfecto desorden.




Después del trajín del trabajo, de las miradas al reloj para no llegar tarde, de la precisión en el reparto de las horas para dar abasto a todos los movimientos con los que sentirnos a salvo, de los requisitos burocráticos y el amontonamiento de papeles, de todo eso en lo que empleamos tanto tiempo mientras los días se pierden, se van, se difuminan en la ruleta de la agenda sin a penas darnos cuenta de que cada vez nos queda menos, nos vamos a la cama con la sensación de que todavía nos restan un montón de ejercicios pendientes de los que depende poder seguir o no jugando la más triste y absurda partida de ajedrez de nuestra era: la que tiene lugar en el tablero del sinsentido del sine qua non. La velocidad a menudo es frenética, tanto que uno acaba preguntándose, cuando ve a sus conciudadanos danzando por la calle el vals de esta comedia, si servirá para algo tanto esfuerzo desparramado en firmas y pagos, en recogida de tickets y apertura de bolsas, en pulsaciones de teclas y esperas fraudulentas. Necesitamos, para tenerlo todo en el orden que se le suponen a las cosas, de una serie de lapsos que todos juntos alcanzarían una escalofriante cifra con la que la misma vida se vería hipotecada. Y con la cabeza gacha y el ímpetu de los borregos, repetimos a diario el movimiento, la escena, la marcha metódica, como si fuésemos máquinas, en pos de eso que se recubre de un qué dirán, gota que colma el vaso, si se enteran de esto o de aquello y me ven con estos pelos. La libertad se encuentra en nuestro interior y el autoconocimiento es una de las mejores puertas que nos puede llevar a disfrutar de las pequeñas dosis que aún perduran dentro de este automático caos rebozado en compromisos aduaneros con los que se nos somete al examen de las lupas del poder.

Debido a que mis cavilaciones se centran en este tipo de asuntos, de un tiempo a esta parte, cada vez con más frecuencia, y consecuentemente con menor grado de sentimiento de culpabilidad a medida que progresa el pensamiento en dicho campo, cuando tengo la oportunidad de disfrutar del jugo de los quehaceres más ordinarios con el cariño que se le pone a lo que se le otorga la importancia suficiente como para que pase a formar parte importante de mi sencilla y transeúnte vida, no dudo un instante en recrearme a la hora de quitarle el polvo a las botellas que decoran mi apartamento o de preparar la cafetera escuchando blues, de tender la colada sonriendo a las vecinas u ordenar mis libros con el mimo que no se le supone a las adquisiciones de saldo, de afinar la guitarra entablando conversación con ella o de completar mi diario a modo de hábito con el ritual de la inspiración de las musas del tabaco incluido y de abrir las ventanas al amanecer para que la casa se vaya haciendo a la idea de lo que significa la vida verdadera, el acto de aspirar y espirar aire sintiéndose uno fundador de un universo interior en el que habitan el cúmulo de diversiones y de preferencias a las que siempre querría darles la preponderancia que se merecen. Me refiero al mero transcurrir del tiempo en compañía de la salud y el bienestar, ricos o pobres, al manantial de posibilidades que nos ofrece la mera existencia con solo estar vivos para contarlo.

En esto he empleado las dos últimas jornadas: en hacerme un hueco entre tanto desbarajuste confundido con creencias, en llegar a la conclusión sin necesidad de una meditación fuera de lo normal de que cuando nos paramos a escuchar a los enseres que nos rodean en nuestra casa, esos que viven con nosotros, los mismos que nos espían y saben más de lo que nos podemos imaginar, la patria que se cobija entre los tabiques de la república independiente de nuestros hogares rebosa de caldo de cultivo con aroma a sincero y firme bienestar, a dulce monotonía que no precisa de inversiones para sentirse realizada y distraida, a perfecto desorden que por nada del mundo cambiaría su sosiego por el insidioso nerviosismo de la lucha por la vanidad del éxito contaminado de las artificiales aspiraciones con las que tratan de engatusarnos cuando damos un paso más allá de la puerta; motivos por los que me gustaría continuar así durante mucho tiempo, solo que tarde o temprano tendré que volver a formar parte del batallón a la espera de la hora del fusilamiento; eso sí, sin que me quepa la menor duda que en cuanto pueda asaltaré de nuevo la ocasión para el desquite.

8 comentarios:

  1. Me ha gustado mucho la idea de que la libertad está en uno mismo. También admiro tu capacidad para disfrutar del presente y de las cosas que haces. Yo no lo consigo.
    Salu2.

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    1. Se trata de tener firme constancia de que el aire que respiramos es nuestro, al igual que el manejo del tiempo existente fuera de las tediosas obligaciones con las que nos vemos obligados a sobrevivir, a convivir con, y cuya culminación sería mimetizar con la mera existencia de manera que no llegasen a absorbernos sino a formar parte de la poesía de la vida. Y dentro de todo eso, y de su meditación, debe haber huecos suficientes para que la libertad haga acto de presencia. Pero te confieso que soy de los que sufre mucho.

      Saludos vividores.

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    2. Pues yo no consigo abstraerme del todo de los aspectos negativos de la gente. Un ejemplo reincidente. A las siete y diez de la mañana suelo ir a la panadería a comprar el pan y hacerles el bocadillos a los hijos. Me encuentro a pocos vecinos. Me he levantado animoso y con ganas de hacerte caso (disfrutar el momento y eso) pero me he cruzado con un tiparraco y antes de cruzarnos le oigo el asqueroso sonido que precede al escupitajo. Todo al garete. Me cago en la grandísima puta que parió al gilipollas ese. (Perdón).
      ¿Ves como no consigo ser tan optimista como tú?
      Salu2.

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    3. Evidentemente que ese tipo de detalles a mí, y a cualquiera con un mínimo de civismo, también me tiran para atrás y me hacen pensar ciertas cosas, pero he de darle preponderancia a lo que es realmente valioso, que es mucho y desconocido por barato e inexplorado, para no verme enterrado por la atrocidad cotidiana cuya escena es la selva de cemento en la que se ha convertido el barrio. Aún así, teniendo en cuenta la cantidad de aspectos que nos hacen ser enormemente afortunados, creo que he aprendido a convivir con el mundo, contento con mi dicha.

      Salud.

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  2. Cuan necesaria es la rutina para no perder la cabeza. La meditación y la música pueden ayudar en el día a día.

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    1. Y sobre todo la apreciación de los momentos en los que podemos disponer de nosotros, al cien por cien, sin tener por qué entrar en el sucio juego del pocker diario que nos reparte sus cartas marcadas.

      Salud, y a disfrutar.

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  3. Querido Clochard,cuanta verdad contiene tus palabras y que difícil es llevarlo acabo cuando,esas rutinas son tan ingratas y tan monótonas.Supongo que es cuestión de organizarse para encontrar tiempo para la libertad interior sin robarselo al sueño.Un abrazo fuerte!!

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    1. Todo tiene un precio, por desgracia, pero por fortuna el resultado que se obtiene con la sensación de libertad que uno pueda tener aprovechando el tiempo libre en lo que le resulta enriquecedor no tiene parangón sea al precio que sea. Eso sí, es una mala jugada de la actualidad que nos tapen continuamente los ojos con vanalidades que no nos permiten ver la dulzura de las cosas tal y como son.

      Mil abrazos.

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