martes, 29 de enero de 2013

El rosario de la aurora.






Anda uno creyendo tener la seguridad de que a nadie le gusta que le atormenten con malas noticias ni con desagradables imágenes que desconcierten la serenidad en la que más o menos se desenvuelva el vaivén ordinario. Aunque, interrumpida esta sensación en el momento menos esperado, me paro a pensar si habrá dejado de tener su sentido semejante certeza, de manera irrevocable, ya que una parte importante del alimento con el que se sostienen las mentes, que no encuentran acomodo en la templanza de lo que sucede, mentes aleccionadas por una sociedad de consumo a la que le conviene ensalzar la necedad inevitable para parasitar al necio rentable, como decía Camilo José Cela, incluyendo aquí el dramatismo y el escándalo de la desgracia, necesita de un empujón por parte del morbo para que funcione la máquina de la imaginación, la indignación, el corralillo que todo lo arregla, el cotilleo y la sensación de no sentirse solos en este mundo en el que parece que todos son desventuras y al que hemos venido con una especie de estigma marcado sobre la piel como indicativo de que esto es un valle de lágrimas en el que se nos dio cabida para sufrir y buscarnos las habichuelas entre tanto torbellino; y dentro de ese desajuste y desperdicio de sensaciones actúa, aprovechándose sin remordimientos ni escatimando en pudor, la publicidad, la ideología de estado, el sensacionalismo y la desviación de atenciones a la que nos someten todos los medios. Resulta grave afirmarlo, pero es así, es tristemente así, o al menos eso piensa uno.

Recuerdo, siendo un niño, el momento en el que escuché decir a un señor, que por razones profesionales viajaba bastante y se veía obligado a comer fuera de casa casi a diario, que en los comedores de los restaurantes no solía haber televisión, ante lo que otro señor que carecía de el más mínimo conocimiento de que esto pudiera ser así, porque en su casa como en la de la mayoría de los españoles se tenía, y se sigue teniendo, la insana costumbre de comer viendo el telediario, le preguntó que porqué y la respuesta fue que debido a la más que probable aparición de noticias y en ocasiones de imágenes, que tuviesen que ver con temas turbulentos y poco dados a pensar que el mundo es una balsa de aceite, se solía hacer uso del hilo musical, y en ocasiones ni eso, de manera que la paz reinante en la sala fuese amenizada con el leve murmullo de las conversaciones y con la dedicación hacía los manjares servidos de forma que el goce y disfrute fuese la tarea a la que se encomendaran los viajeros que hubieran decidido reponer allí sus energías sin que todo ello fuese entorpecido por la aparición de macabras ilustraciones televisadas. Yo quedé muy satisfecho, fue la primera lección de la que guardo un agradable recuerdo a cerca de lo que después se convertiría en mi oficio, un porqué resuelto que abre los ojos de un chaval. Con aquella respuesta aprendí algo que más tarde me hizo comprender con más facilidad el significado de la palabra equilibrio cuando se trata de disfrutar del maravilloso momento que nos dedicamos tres veces al día y he procurado llevarlo a cabo como si uno más de los ingredientes de la diete se tratara..

Por entonces, corrían los años ochenta,  si se iba a dar una noticia, cuyas imágenes pudieran dañar la sensibilidad de los telespectadores, se avisaba previamente de que el contenido de las mismas podría surtir efectos indeseados, y en ese momento todo el mundo sabía que algo fuera de lo común iba a aparecer ante nuestros ojos, y los mayores avisaban a los pequeños para que prestasen atención a cualquier otra cosa ya que aquello no les convenía. Bueno, al menos se actuaba con la decencia de avisar, y pensándolo bien si se avisaba era porque no era tan habitual hacer uso de representaciones de ese tipo para rellenar los informativos. Aún había hueco para el rubor y el sobrecogimiento, para la sensibilidad y la sana conmiseración, para la condolencia y algo de lejana solidaridad mostrada en los gestos con los que se comprobaba el desacuerdo ante la barbaridad de las injusticias; existía todavía la capacidad de asombro y no era tan frecuente que la ciudadanía se sintiese de vuelta de todo en lo que a la apreciación de las desgracias se refiere.

Llegados a este punto y a medida que han ido pasando los años se han ido, tristemente, activando los mecanismo de la articulación de un insensible periodismo que confunde la información con el morbo, y ahora ya no es que no se avise sino que no hay noticia que no contenga un rasgo de catástrofe, hasta las más comunes referentes a sucesos de índole trivial y difuminado en atisbos de crónica rosa cuya función canta a la legua: desviar la atención y someternos a una información burda y soez tras la que los motivos de reflexión son un insulto para cualquiera que pretenda sacar un juicio medio claro de lo que pasa en la sociedad en la que se encuentra. Ante la pantalla, aunque también se pueden apreciar estos síntomas en la prensa, el reguero de noticias es lo más parecido al rosario de la aurora, una detrás de otra: Sillazos, tiros, pedradas, mutilados, desangrados y ensangrentados, quebrados, partidos por la mitad, asesinos y asesinados, víctimas a granel, tiroteos a flor de piel, cadáveres colgados, cuerpos descuartizados, y todo bajo la atenta mirada entre la que se interponen los efluvios del vapor que emana del plato del que acabamos de tomar unas cuantas lentejas que nos aporten el hierro suficiente para sentirnos a salvo de todo eso que parece solo suceder en la pantalla y con lo que se nos entretiene, sin miramientos ni sensibilidad que valga, mientras lo realmente importante, los desfalcos a manos llenas de los tiburones sin compasión por sus semejantes, los atracadores a mono armada que ostentan los poderes, varios, muchos, ilimitados, de todos los colores, se ríen en nuestra cara y a costa de los impuestos y rentas que salen de nuestros bolsillos. Estamos empezando, si no lo hemos hecho ya, a perder uno de los nortes que peores consecuencias tendrá: el de la falta de escrúpulos a la hora de tomarnos en serio la realidad que continuamente se nos camufla adiestrándonos en la barbarie.

4 comentarios:

  1. Clochard:
    Estoy de acuerdo contigo en que resulta espeluznante el desfile mórbido de seres despanzurrados, a todo color y en tres dimensiones, que nos ofrecen los telediarios. Y sin previo aviso. Es más chocante esta desmesura sanguinolenta con el pudor que demuestran con el cuerpo humano (el vivo, claro). Te ofrecen un cuerpo mutilado en primer plano pero pixelan las imágenes para ocultar unos senos o un pene.
    No obstante, el morbo está presente en todos los formatos préteritos y actuales. Hace poco vi en un semanal periodístico la fotografía de un guerrero africano que exhibía como trofeo de guerra el escroto y el pene de su víctima. En la Biblia, no sé donde porque no soy Flanders, se cuenta que los soldados ganadores de no sé qué batalla les cortaron el prepucio a los vencidos (que digo yo que menuda desocupación: ir de muerto en muerto, bajándoles los pantalones, sacándoles el miembro y cercenando prepucios). Es más, mucho Shakespeare, mucho Shakespeare pero en Hamlet no queda títere con cabeza. Curiosamente, en el Quijote no hay crímenes. De Tarantino, ya se sabe sangre a litros.
    En fin, yo tampoco le encuentro el gusto a esas escena escabrosas. De hecho, me tapo los ojos (y mis hijos se mofan de mí) cuando sale una simple escena de operación quirúrgica por la tele. (Eso sí, me mantuve firme cuando vi nacer a mis criaturas y eso que, en un parto, hay sangre por doquier).
    Perdón por la extensión. Prometo abreviar en la próxima.

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    1. Dyhego:

      Son muchas las contradicciones, es mucho el relleno de la empanadilla con poca originalidad. Da pena ver como un medio como la televisión deriva en la ciénaga del morbo, sin descartar que a lo largo de la historia, como muy bien apuntas, hay suficientes ejemplos para demostrar la desmesurada falta de sensibilidad; pero estamos en el siglo XXI, aunque parezca mentira.

      Salud.

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  2. A veces es necesario sacudir las conciencias con imagenes,aunque creo que este recurso está sobreexplotado y que los medios de comunicación lo utilizan para la audiencia pero;entiendo que deberían avisar por los niños,que al final les estamos robando la inocencia a edades cada vez más tempranas...Un abrazo fuerte!!

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    1. Eso es, y además se olvidan, los medios, de tratar con la seriedad que se merecen otros temas. Debido a la masiva audiencia televisiva, y a la comodidad que ofrece ésta para tragar con cualquier cosa creyendo que lo que sale en la tele es la verdad de la vida, ojo, se lo ponen a huevo a los medios para que manipulen con total facilidad, y para que barbaricen, cosa .que todavía es peor.

      Mil abrazos.

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