lunes, 15 de agosto de 2016

Demasiado tarde

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El espectáculo de la ciudad, de esta ciudad, de Sevilla, no cesa, con su bullicio y sus cuerpos y sus miradas peinando la inmediación del horizonte como un radar que quisiera acapararlo todo, con sus pies y sus pasos deslizándose por calles que parecen que hablan, que gritan a voces el mensaje del silencio enterrado por el tiempo en un tatuaje a flor de piel, con sus sombras reflejando la verdad y la mentira de quien busca y no encuentra, de quien halla y se sorprende, de quien no sabe a dónde dirigirse; la vida que cobran los objetos es el indicativo de que la experiencia es un grado también para lo aparentemente inanimado de la ciudad, para la piedra y el asfalto, para la forja y el ladrillo, para la cal y el azulejo y el mosaico, para la madera y el cristal, para las banderas y las pancartas y los letreros y carteles, para la pintura de las palabras escritas en varios idiomas. Los edificios que contemplan al viajero y al autóctono muestran una pétrea sencillez de animal agazapado bajo el estímulo de una siesta rodeada de belleza; los artistas interpretan su papel dentro de este circo urbano y ambulante, en esta patria de los sin patria y de los censados en el registro del carné de identidad de un sitio cualquiera, de los ciudadanos del mundo y de los que optan por  límites y fronteras como forma de apaciguar una ansiedad que no encuentra correspondencia cuando se hace alguna que otra pregunta de esas que suelen catalogarse de trascendentales en base a un ser  o no ser, a un ir al sitio adecuado temiendo equivocarse. Carros de caballos de mirada esférica y brillante aunque un poco triste, locos perdidos que lanzan al aire sus arengas y de los que uno sospecha que puedan un próximo mal día sacar un arma de sus bolsillos para liarse acto seguido a pegar tiros a diestro y siniestro, a discreción como en las películas de la realidad de los noticiarios, como en Suiza o en Bélgica o en Alemania, como en todos esos lugares a los que aún no ha llegado el terror de la esquizofrenia actual. Comercios que abren en un día festivo, terrazas como zonas de momentáneo descanso y avituallamiento, callejones a través de los cuales se llega al fin de la tierra del otro lado de un barrio viejo y bohemio y sagrado mediante el serpenteante itinerario que guia a los sentidos por un laberinto sin circunvalaciones ni pasos de cebra hasta encontrarse en las antípodas de sus suposiciones al girar una esquina; nada es lo que parece y nadie puede decirnos que sucederá dentro de un minuto, esta noche o dentro de un rato, y a qué estamos esperando, tal vez a ese momento cumbre de la obra de Alessandro Baricco, Novecento, en el que lo que precisamente se espera es a que sea demasiado tarde para dar el primer paso.

2 comentarios:

  1. Bullicio de una gran ciudad. Aunque a mí, las ciudades, sólo para visitarlas.

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    1. Me atrae la vida que corre por las calles como la sangre que corre por las venas de un gran cuerpo. La ciudad es un escenario perfecto para inmiscuirse en las miles de diferentes maneras de interpretar la realidad que tiene el ser humano.

      Salud, Dyhego.

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