viernes, 26 de agosto de 2016

Pasos


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Hay pasos sobre la arena de la playa del fin del mundo situada a la vuelta de la esquina de un puerto perdido en la memoria y aparecido en los sueños, pasos que dejan huellas indelebles muy parecidas a los tatuajes que en el alma llevan quienes han bajado al centro de la tierra y han vuelto a la puerta de entrada; hay pasos sobre las aceras de la madrugada de los barrios acostumbrados a recibir a los Robinsones urbanos doctorados en bohemia, en juegos de saliva engominada, en crucigramas con nombres de jazzmen. Hay pasos que dejan una marca en las lindes de las fronteras con matarifes  alambradas y eléctricas, con sabuesos a la caza y captura del fugitivo, del sin patria, del exiliado, del verso azul de Machado encontrado en uno de los bolsillos de su chaqueta; hay pasos que descienden por el esófago acompañando a los copos de avena del desayuno y  a las gotas de leche sobre las solapas de los niños sin babero, pasos del recreo en el que se forjan los héroes del futuro. Hay pasos en el descanso de la escalera y en el cansancio de la lista de espera de la interminable historia de la madre de las ciencias; hay pasos que conducen hacia el infinito más próximo por senderos conjugados por la ley de cuerdas según la cual la parábola es lo más parecido al no ser las cosas lo que parecen, pasos que enmudecen al toparse en sus narices con la cercanía de lo lejano; hay pasos que conducen hacia las cavernas del hombre primitivo en busca de un mural rupestre, en busca de signos de identidad, de explicaciones que le den sentido al perfecto desorden de un alboroto sin pies ni cabeza que necesita con urgencia un marca pasos, pasos rebuscados entre la memoria colectiva, entre la maleza de los libros de historia; hay pasos que se dirigen hacia a ese infierno en el que una vez que se ha pasado más de una noche, como dice Joaquín Ramón, viene a saberse que también llueve sobre mojado allí, pasos que van derechos hacia la tempestad de manera irremisible pero como queriendo despojarse de una carga que les permita conocer qué hay al final de ese túnel tan oscuro y tan macabro y que tanto miedo da, pasos que sólo los que se salvarán se atreven a dar, y otros que lo empujan a uno hacia la luz de un día que se resiste a estropearse, a envejecer en Abril, a entumecer el sístole y la diástole y la arteria aorta del poema de amor, pasos que no quieren perderse el amanecer, que prefieren quedarse mudos antes que ciegos, que dejan correr la vida con el sosiego de los primeros compases del bolero de Ravel; hay pasos que no dejan rastro de su presencia, que se nos presentan invisibles y todopoderosos, pasos que se detienen en el momento menos pensado y cuando menos se les espera mandan un zas sin coartada ni remedio, pasos a los que hay que tomarles el pulso y aprender de ellos la inminencia resultante de un despiste, pasos maestros cual apertura siciliana; hay pasos de rabia y de osadía y de rencor, pasos de náufragos que nadan en las cortinas de humo que emanan los tubos de escape, en el fragor del disparate de este circo ambulante conformado por hormigas diminutas y por gigantes al margen de las reglas del juego. Hay pasos certeros como los del Titán y los del guerrero, como los del misionero y los de las pitonisas que se anticipan al desastre de los pasos del cangrejo amenazador; hay pasos difuminados y confusos, malentendidos, en el trasfondo artístico de la eterna sutilidad de Baudelaire; pasos que cuentan sus pasos hasta la eternidad, pasos con mucha experiencia y camino recorrido, pasos a los que les ha costado lo suyo encontrar la salida del laberinto; hay pasos enaltecidos por la figura de unos esbeltos tobillos que parecen haber sido esculpidos por Giacometti; Hay pasos que incrustan sus narices donde no les llaman, intrusos en el paraíso de  todos esos cualquieras que no se parecen a nadie, que no se meten con nadie, perros verdes, gatos azules, Kawasakis en un cuadro de El Greco como la que aparece en Cuando aprieta el frío. Algunos pasos son como los relojes, como ese cántaro hueco del Tao, como la película de polvo que marca el paso del tiempo sobre un bodegón de botellas colocadas en una estantería muy alta, en una nube de algodón empapado de agua oxigenada; hay pasos que pasan de largo, que no ven ni su sombra, que no se detienen a contar sus pasos, pasos a los que les cuesta cambiar de zapatos y que optan por ignorar ese cartel que dice atención peligro suelo deslizante. Hay pasos de cebra que parecen jeroglíficos. Hay pasos que se acercan a la solución a partir del momento en el que uno da el primer paso hacia su tabla de salvación.


 

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