martes, 8 de agosto de 2017

Diario de agosto III


Resultado de imagen de agosto con lápiz

Agosto es un mes al que le sienta muy mal la melancolía; el calor da modorra y la modorra ya se sabe, la modorra agosta y no sabe uno dónde meterse, qué ponerse, de que bebida echar mano, a qué dioses recurrir; siempre anda el vaso de caña al quite de los enjuegues por dentro, viniendo a estimular al paseante, al lector, al solitario, al turista embobado ante los detalles de una fachada del casco antiguo, a la vagancia de los espíritus que tienen bien abastecida la nevera. Agosto es un mes que huele a limón, a sandía y a melón, a ensalada verde, a patatas aliñadas y a pipirrana, a tomate con orégano y a lomo de atún en aceite; agosto tiene el bocado del filete empanado y de la pera de agua, la textura del gazpacho, el incandescente color de su sol en un cuenco de salmorejo; agosto tiene el brillo del huevo casi cuajado de la tortilla de patatas que alcanza la categoría de obra de arte al degustarse fría. Agosto suena a saxo alto, a vacíos en las plazas de aparcamiento, a señales que ahora leemos con más atención. Es curiosa la relación entre el ruido y la atención; hace poco, catando un vino, al decir que necesitaba salir a un sitio en el que poder apreciar sus aromas sin el bullicio que allí había, se me quedaron mirando. La atención sobre el mosaico de La Ciudad suele estar condicionada por la aparición de ruidos que entran a distorsionar la onda de un pensamiento, de una percepción/percepción; por eso ahora que hay menos gente y menos estridencias y menos motos y menos coches nos damos cuenta de que hay un cúmulo de detalles de La Ciudad que nos habían pasado desapercibidos, que estábamos ignorando por no cambiar de recorrido. Agosto tiene un aire de dispersión, de remanso de paz aunque invadamos las playas y corra la cerveza con la urgencia de los sedientos, y los espetos de sardinas pasen de mano en mano a la velocidad de la luz de las ansías por el desquite. Quedarse en agosto en La Ciudad no es moco de pavo; oro molido, canela en rama, pata negra, doble cero. Vivimos en La Ciudad y es como si no nos diéramos cuenta de que es uno de los principales destinos turísticos del mundo; por mucho calor que haga el resto del día, la simple aparición de las calles, por la mañana muy temprano, es una señal de la vida de la Belleza; se me ocurre que a Joyce y a Cortázar les hubiera encantado estudiar aquí unos años, empapándose del sigilo bullanguero y de los recursos de la improvisación; el primero con su inseparable cuaderno de notas en el bolsillo, el segundo dejándose mojar por la lluvia de mayo atravesando la Plaza Nueva, acurrucando y arropando bajo su gabardina un libro con el mismo cuidado con el que se lleva a un bebé junto al pecho.  

2 comentarios:

  1. Agosto, para mí, es un mes contradictorio: por un lado el calor horrible hace que no se pueda disfrutar de nada hasta la noche, está uno deseando que acabe, pero si se acaba, se acaban las vacaciones.
    Eso sí, huele a melocotón, a siesta, a sandía y a pereza.
    Pero, Dios, qué calor. Siempre se me olvida el calor del año anterior.
    Salu2.

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    Respuestas
    1. Agosto es un mes de fruta fresca y latas en la nevera, de paseos y playas y sombrillas y toallas; agosto es un mes para la lectura, para la escritura del presente con la que atenuar el sopor de las temperaturas.

      Salud, Dyhego

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