domingo, 6 de agosto de 2017

Diario de agosto I


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Hace días que no escucho las noticias, ni las veo salvo los destellos de realidad embadurnada de imaginación que recibo mientras paseo; eso también son noticias o nos pueden acercar a pensar qué han dicho las noticias. El mosaico de La Ciudad es como la paleta de colores del pintor al que se le encarga la obra de arte del amanecer contemplado con La Giralda de fondo. Todo el mundo habla del tiempo, del calor, de los números en los termómetros, del lío del gobierno y de los precios del carné de socio para esta temporada, de la muerte de Ángel Nieto y de su astucia para permanecer siete vueltas al rebufo del primero hasta encontrar el momento del hachazo; qué tiempos aquellos los de Tiempo y Marca, plácidos domingos de la infancia a los que yo le ponía color blanco. Todo el mundo va con su novela a cuestas y se saluda con bondad; la gente toma café y se intercambia cuatro datos triviales, contraseñas, dichos, refranes, y la capacidad deductiva se pone en marcha. La inteligencia/suspicacia de los contertulios de una reunión momentánea va tan rápido como el rayo. El trazo largo en la dicción de las sílabas del habla del Sur es ya una pista de la ondulación a la que puede ser expuesto el contexto. Quedo con un amigo para charlar, para darnos las últimas novedades, para ponernos al día, y el hilo conductor de la conversación está impregnado de escucha, cosa que me hace sentir feliz; porque ahora más que nunca, debido al amasijo de derivaciones con aspiraciones a adormilar al rabaño, la escucha es un bien preciado, en alza, minoritario, exquisito, caviar Beluga del día a día. Hay en la escucha que se ejerce sobre nosotros un aposento para la complacencia, en cambio escuchar a los demás como se merecen no siempre nos sale, invadidos por el pensamiento sobre qué decir a continuación; eso es algo que me pasa frecuentemente, y me da rabia no tener la habilidad de la escucha bien sintonizada en muchas ocasiones que se lo merecen.
Esta mañana he leído ocho o nueve páginas de Alejo Carpentier y me he quedado impactado; he cogido un libro al azar del estante de una librería y ha sido como una llamada; la de veces que he visto ese nombre escrito, la de veces que lo encontrado en un artículo o crónica cultural, y nunca me había decidido. Leo ocho o nueve páginas de El acoso y siento la palpitación de una prosa cargada de metáfora, una capacidad descriptiva a base de frases cortas de sublime adjetivación. Me decido a comprarlo y unos cuantos minutos después, al pasar por la puerta de otra librería entro y voy de nuevo en busca de ese nombre; me hago con El siglo de las luces, cuatrocientas páginas de recreo y de reparto de sabiduría, de sutilidad, de lenguaje poético, de color y de una acción detenida en el detalle esbozado por el vocablo exacto; qué envidia.

2 comentarios:

  1. Hay poca gente que sepa/sepamos escuchar. Me he encontrado a lo largo de mi vida con cuatro o cinco personas así. ¡Y lo más curioso es que ante estas personas me sentía avergonzado, tímido y sin saber qué decir! ¡Estoy tan acostumbrado a que me corten la palabra o a que no me hagan ni puñetero caso, que, si me lo hacen, me descoloco.
    Salu2.

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    1. Fíjate qué curioso; algunas veces he pensado hasta qué punto se desvitúan ciertas normas de conducta, de qué forma se mezcla la manera de actuar de las personas como para que nos acaben pareciendo normales ciertas cosas. Gajes de la vida.

      Salud, Dyhego

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