jueves, 21 de septiembre de 2017

Estudiantes


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Hay una serie de libros que son el comienzo de la verdadera afición a la lectura, libros que leímos uno detrás de otro sin orden ni concierto y que nos instalaron el el placer de habitar mundos paralelos a nuestra realidad. De niño tuve la suerte de contar en casa con una no extensa pero si bien nutrida biblioteca en la que no faltaba ese elemental diccionario enciclopédico que curiosamente solía decorar el mueble bar de muchos hogares españoles de los setenta y ochenta; en otra habitación, en la que Blimunda y yo solíamos hacer los deberes, había una colección de ejemplares que se compraban por correo al Círculo de lectores; entre ellos estaba El expreso de media noche , El invierno en Lisboa, La familia de Pascual Duarte, El Camino, Los cipreses creen en dios, Papillon, El árbol de la ciencia, y así todo seguido hasta conformar el perfecto desorden de un material del que se iba abasteciendo nuestra curiosidad junto a Daniel Defoe y Michael Ende. Las primeras lecturas de las que tengo constancia que causasen emoción en Blimunda, cuyo contagio se me fue pegando al cuerpo tras varias explicaciones de aquella niña a cerca de los beneficios del hábito de leer, fueron Robinson Crusoe y La historia interminable. Por otro lado se encontraban las revistas de divulgación científica que tenían la virtud de aproximarnos al conocimiento de una forma sencilla, como Muy interesante, en las que aprendíamos por qué nos crece el pelo o a qué se debe que haga calor en verano y frío en invierno, y en las que se informaba de los nuevos avances que ponían en práctica un  nuevo modelo de energía solar o de medio de transporte. La imagen y la letra al unísono son el binomio de la magia del aprendizaje para las mentes despiertas y deseosas de descubrimientos. Con la música pasaba lo mismo que con los libros, sin saber uno qué era lo que tenía delante, cuando se ponía a mirar en la estantería en la que se encontraban los vinilos quedaba prendado del diseño de algunas portadas y hacía sus primeros ejercicios de inocente traducción leyendo las letras que venían escritas en el interior. El niño mira a su alrededor y trata de explicarse el mundo, que empieza en su entorno más cercano, abriendo puertas y cajones, leyendo etiquetas y oliendo objetos, investigando la razón de ser de lo que tiene delante de sus ojos. Hay un momento de la adolescencia en el que el joven se empieza a crear su círculo interno de aficiones literarias, y ese momento corresponde con la elección de libros que se dispone a leer por la curiosidad de querer saber más sobre un tema amén de las recomendaciones del profesor; ese suele ser el signo de los buenos estudiantes, aprueben o no, porque lo de estudiante es algo que todos los buenos lectores llevan grabado en su frente; estudiante es aquel que con cincuenta años no ha dejado de ir a la biblioteca, el que una vez jubilado sigue escribiendo frases en un cuaderno; estudiante es el que no deja de explicarse el mundo con un libro o un periódico en la mano; estudiante es aquel que como Abraham Lilcoln contestaba cuando lo veían a leyendo de niño a la sombra de un árbol, a falta de escuela a la que asistir, que estaba estudiando.

2 comentarios:

  1. Clochard:
    me gusta mucho la definición que das de "estudiante".
    Suerte tuviste de tener en casa tantos libros y tantos vinilos.
    Salu2.

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    Respuestas
    1. Todos somos estudiantes de la misma forma que filósofos. Tampoco es que fueran tantos los vinilos y los libros, pero parecían haber sido elegidos con mucho acierto. Si, ahora me doy cuenta de la suerte que tuve.

      Salud, Dyhego

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