domingo, 1 de abril de 2012

El túnel de Triana.





Desde el exterior los matices rojos y negros auguran un antro dichoso en el que poder escuchar buena música. La calle Castilla, callada a esas horas en las que casi todo el mundo duerme, acoge al noctámbulo con ganas de un trago que sea acompañado de algún que otro acorde en directo, con un chapurrear lo que sea que se parezca a una canción con la que pasarlo bien y olvidarse del negativo aliento, que por la mañana nos calienta la nuca con la pesadilla del pesimismo laboral, y la continua queja del ciudadano maltratado por la infidelidad que las circunstancias le brindan al sentido común, sin la que, desgraciadamente, la vida ya no se entiende, y ve en este refugio, que !@#$%^&* al dedillo la función de parada de metro en la que guarecerse contra las bombas del holocausto capitalista mediante la armonía de la humanidad, el hueco preciso para internarse por la banda de una deseable existencia que no ponga reparos a la libertad de expresión ni al rechazo de las modas impuestas con las que alimentar el orgullo de aquellos para quienes somos marionetas.

 Una estrecha puerta de doble hoja da pie a encontrarte con la primera de las dos partes de las que consta este templo de la improvisación y la transigencia; una barra que no es una barra cualquiera, una zona en la que beber whisky canadiense, con la sensación de que aquello es néctar reservado para quienes afinan su voz a base de etanol con sabor a convivencia, y en la que arreglar el mundo en una conversación, amparada en la verborrea y la lucidez de los gin tonics, es la escena perfecta para ahuyentar el espanto que nos trata de pisar la cabeza con tanto número de por medio. Aquí se puede tirar la casa por la ventana con seriedad.

Al fondo aparece una sala rectangular alrededor de la cual una serie de divanes conforman el graderío desde el que el público, formado por la asidua parroquia y por aquellos que como yo, una vez que saborearon el primer vaso, no encuentran resistencia a la reincidencia y acariciamos las palmas para acompañar una rumba o incitar al espontáneo a que haga de las suyas metiéndose en camisa de once varas olvidando el estribillo del blues de la madrugada. Esto es un claro ejemplo de que como fuera de casa de uno no se está en ningún lado.

Dos guitarras andan sueltas, siempre y cuando no se encuentre por aquí Andrea, palabras mayores en lo que a talento se refiere, o David, junto al que se puede formar el taco en un santiamén porque por sus venas transita el espíritu del duende trianero en su máxima expresión. De que todo se encuentre en perfecto desorden, entiéndaseme, se encarga Jorge, un pive de los que van quedando pocos, ese tipo de tíos a los que no les cabe el corazón en el pecho, junto con Carlota, anfitriona ejemplar, risa infinita, gloria bendita. Detrás del mostrador se encuentra el Marqués, la sabiduría de muchos tiros pegados desde esta trinchera, que acoge al sediento con lo brazos abiertos y siempre sabe cómo hacer para que todo fluya en esos pocos metros cuadrados. Y de ponerle las guindas al pavo se puede encargar cualquiera porque aquí la poesía alicata las paredes, de modo que sobra con dejarse llevar para que las horas pasen con la sensación de que será una pena bajar la persiana aunque, eso sí, con la seguridad de que mañana continuará el reguero de versos en los adentros de este túnel fiel a los principios de la bohemia.

Cuando llegué a Triana me avisaron de que esto era otra historia, de que por estos lares se respira otro aire, de que los relojes son un perfecto adorno y de que la mayor preocupación es sentirse vivo y sano para poder apreciar la vida desde este barrio. Sin duda, a los pocos días, pude ser testigo de ello viéndome envuelto por la hospitalidad que desea el viajero y por un anhelo de parar el tiempo para poder tocarlo, para cortar un trozo y llevarlo siempre conmigo como el perpetuo retrogusto del whisky canadiense del Túnel de Triana..

2 comentarios:

  1. Querido Clochar,"Bares que lugares,tan gratos para conversar..."es una canción que sonaba mucho en la radio en mi infancia.Estoy tomando nota,para cuando me acerque por Sevilla,pintas tan bien esos lugares de reunión que resultan atractivos ya sin conocerlos.un abrazo.

    ResponderEliminar
  2. Querida Amoristad:

    La noche recoge, en ocasiones, a lo mejor de cada casa, en lugares como este, y el resultado es de una vitalidad asombrosa. Hay mucha poesia en la noche, y en Triana ni te cuento.

    Mil besos.

    ResponderEliminar