martes, 22 de enero de 2013

Notas extraviadas.









De un tiempo a esta parte hago uso del hábito de ir dejando constancia de las cosas que más me llaman la atención de cuanto leo en los libros que el azar y el ejercicio de ratón de biblioteca acaban llevando a mis manos. Hubo una temporada en la que esa acción se veía reflejada en forma de subrayado, cosa que no me importaba, pues uno andaba aún con aquella idea, un tanto mítica y con buena fama en los pasillos del instituto de mi pubertad, de que los libros son para trabajarlos, de modo que cuando los prestaba sentía el orgullo de lo tatuajes que había hecho sobre sus pieles de cebolla de papel mostrando una inocente arrogancia de investigador que aplacaba un poco mis frustraciones en mis calificaciones de antaño que han derivado en el actual resquemor de no haberme dedicado al estudio de las letras con las ganas que siento lejos ahora.Entonces era emocionante descubrir que Francisco Umbral, gran subrayador, lo hacía en forma de linea ondulante bajo todo aquello que no quería perderse de sus lecturas.
Después los caminos de la vida fueron a parar con mis ilusiones a la sala de algún que otro restaurante y al no cesar mi afición y curiosidad por cuanto las mentes lúcidas nos regalan, y teniendo en cuenta el poco tiempo libre que el oficio deja, iba pensando uno la manera de ingeniarse un método de lectura que lo acercase al estudio propiamente dicho y a la recaudación de aquella información con la que sentirse alimentado por algo que nada tuviese que ver con la memorización de doscientas referencias de diferentes vinos, sobre todo porque cuando salen al paso tantas y tan buenas ideas a lo largo de una página uno siente la tentación de querer atraparlas y dejarlas todas registradas de algún modo estableciendo un orden que le permita rescatarlas para que pasen a formar parte de la tierra sobre la que se sujetan sus pies, como si de una cepa se tratara mi esqueleto necesitado de chispas de ingenio para no secarse aburrido de las especulaciones del mercado en el que se mueve. Pero como tantos otros proyectos basados en el orden, han ido y venido esos cuadernos cansándose de mí y de mi perfecta desogarnización logística en torno a todo aquello que nada tenga que ver con mi profesión, en los que me propuse un empezar de nuevo en mis labores de autodidacta, sin ser completados en su totalidad, y perdidos muchos de ellos y luego encontrados en el momento justo y el lugar menos esperado a la hora de pretender buscar otra cosa, pareciendo el conjunto de notas sobre las que Juan Carlos Onetti escribía y después hallaba en el bolsillo de su gabardina dispuestas a formar parte de algún relato del cual existían otros retazos por cualquier rincón de su escritorio y a los que ahora había que poner en consonancia con lo que cad uno de ellos quería transmitirle a los otros: una auténtica locura.
Ahora vuelvo a contar, una vez más y las que vengan, con la presencia de un par de cuadernos con anillas en los que voy anotando las aportaciones resultantes de los autores con los que tengo el placer de compartir ratos de dicción. Pero el problema ya no es la falta de lugar en el que recaudar las gotas de la fuente de la sabiduría, además del más que probable extravío, sino entender la letra que uno mismo ha hecho, es decir leerse a uno mismo en ese sánscrito de puño y letra cuyos caracteres se parecen más a un lenguaje taquigráfico que al idioma en el que se expresa y le vino en suerte aprender para rodar por el mundo. El siguiente paso es prometerme cada mañana, junto al café y la fruta del desayuno, cuando echo mano de la superficie en blanco en la que escribir el comienzo de un nuevo día sobre la llanura del diario, disfrutando de las caladas del Samson a cuyas espaldas se ciernen miles de juramentos de retiro, prestar atención a la hora de anotar y hacerlo de manera limpia, sobre los cuadernos dispuestos para ello, y no precipitarme en el nerviosismo y el arrebato que acaban por otorgar a mis anotaciones el mítico e ilegible aspecto de cuya fama corre mundial unanimidad la letra de los doctores. De modo que ahora más que nunca me veo enredado en un vísteme despacio que tengo prisa porque de otra guisa corro el peligro de acercarme a los ceros a la izquierda de la compresión de lo que en primera instancia presupongo lo mejor de lo leído, ese tipo de descubrimientos con los que uno mira al techo del cuarto en el que lee y sonríe dándole las gracias a las musarañas de la paz del hogar.

Entonces reflexiono a cerca de la impaciencia que nos invade, en la mayoría de los actos cotidianos y me paro a pensar si no andaré ya lo suficientemente contaminado como para no concederme la tranquilidad de escribir con la parsimonia que se merece todo aquello en lo que recala la esencia de cuanto leo. Pero no hay manera. Como el mismísimo Sísifo vuelvo una y otra vez con mi piedra al hombro a subir la montaña en la que poco más tarde echaré a rodar de nuevo esa roca y vuelta a empezar; y en ese ir y venir me voy conformando con una definición de cultura que escuché también en aquella época en la que corría tan buena fama sobre los estudiantes que subrayaban sus libros dando fe del trabajo desempeñado sobre ellos: esa que decía que la cultura es todo aquello que se recuerda después de haber olvidado lo que se ha leído.

5 comentarios:

  1. Sigue anotando tus pensamientos que te hace mucho bien,sonriele a la paz de tú hogar y da gracias a tú mala salud de hierro pero,deja de fumar ratón de biblioteca,que cualquier día me quemas los estantes.
    Un abrazo de vicio sano!!

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    1. Hago lo posible por anotar mis pensamientos peo soy un desastre. A la paz de mi hogar le sonrío porque en ella encuentro una perfecta compañía; y en cuanto a lo de dejar de fumar en el día de hoy me he superado y ya lo he dejado tres veces, de hecho he sido felicitado por todos los libros de los estantes, esos que se sienten celosos cuando ven que tienes a otro en las manos y te observan como diciéndote ven a leerme que tengo muchas cosas interesantes que contarte.

      Mil abrazos.

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  2. Clochard:
    Se puede apreciar que el tiempo que te deja tu trabajo lo aprovechas ya que te da tiempo a pasear, a descubrir la fauna humana, a leer, a reflexionar y a escribir textos de mucho enjundia y profundidad.
    Leí algo de Onetti hace tanto tiempo que ya no me acuerdo de nada. Umbral me parecía bueno en su columna periodística pero como escritor, me parece un muermo insufrible.
    Ahora mismo estoy enfrascado en una obra que me está resultando soporífera pero me he propuesto acabarla y lo haré.
    Salu2 sin subrayar, que no me gusta. :)

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    1. Dyhego:

      Sucede que en mi oficio se pueden ver muchas cosas, hablando de la fauna humana, que luego son armonizadas con el resto de sensaciones que uno ve en la calle, en los paseos de ida y vuelta al tajo y en los que me dedico en los días propiamente libres. Leer y escribir son mis dos tablas de salvación para poder ver las cosas con mas claridad y alimentar mi mundo interior de forma que no acabe desamparado en la ciénaga del asfalto ordinario.

      A Onetti lo leo con mucho cuidado porque soy muy vulnerable a la sordidez, melancolía y bohemia de sus personajes y situaciones; de Umbral recortaba su columna diaria, Los palceres y los días, cuando iba al instituto, y alguna novela suya me ha gustado. Suelo echar mano de sus libros de artículos y de capítulos dedicados a las figuras de la literatura.

      ¿Cuál es esa obra que tan soporífera te resulta? Dice Andrés Trapiello que libro que no has de leer déjalo correr, hay miles esperando.

      Salud.

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  3. Clochard:
    Me he propuesto leerme el "Emilio" de Rousseau. Ya voy por la mitad y, aunque dejé de mortificarme por los libros que no me enganchaban, aún me queda un poquito de mala conciencia. En este caso, me lo he propuesto como un trabajo, y quiero terminarlo.
    También percibo que tu mundo interior es rico y variado.
    Salu2.

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