jueves, 25 de agosto de 2016

Donde uno pace



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Una de las mejores sensaciones que se llevan aquellos que han sido adoptados por una ciudad es la de ser al cabo de unos cuantos meses saludados con familiaridad por sus vecinos. Cuando en una ciudad de un millón de habitantes uno sale a la calle y sabe que será fácil encontrarse con alguien a quien desearle una buena jornada siendo recíprocamente contestado es que se está empezando a ser de allí, de donde pace y tiene el chusco. Es grato recibir esa consideración que se despide de quienes desde la otra acera levantan un brazo para decir buenos días, buenas tardes o vaya usted con Dios. Desde esa llegada a partir de la cual hubo que aprenderlo todo a cerca de la geografía del barrio y sus inmediaciones, estudio que paulatinamente fue configurando un radio de acción cada vez más grande, hasta el día en el que se sorprende uno de sí mismo cuando al cabo de un rato de andar callejeando llega a donde se dirigía en mucho menos tiempo de lo que jamás se hubiera imaginado, han tenido que ser registrados los nombres de las plazas con y sin estatuas y de las avenidas del descubrimiento de las pieles que va mudando el asfalto, los números que descifran el código secreto de los puntos neurálgicos de la contemplación, las direcciones más útiles, las calles colindantes que serpentean rizando el trayecto dibujando la parábola que representa la distancia más corta entre dos puntos, los horarios de los autobuses que conectan con el otro lado de la ciudad, los sitios en los que mejor y peor se come, el lugar en el que poder encontrar una librería y una biblioteca y un banco para sentarse a leer a la sombra del león de la fantasía, los cines en los que cada estreno se convierte en el refugio preferido de las noches del otoño y el invierno, las paradas de taxi desde las que se despega hacia los destinos que tienen prisa por verle a uno la cara, los quioscos de prensa en los que oler el aroma como a panes recién salidos del horno que tienen los diarios los sábados por la mañana, las floristerías en las que encontrar los pétalos de la flor de la pasión y los ramilletes de margaritas con tendencia decir que si, los estancos que venden Samson, los rincones en los que acompañar el ruido de la soledad de las madrugadas, las válvulas de escape del motor de la rutina, las sucursales bancarias a las que acudir para sacar unas perras que durarán lo que dure el destino del instinto básico de los días libres, las puertas abiertas que dan a los pasillos de la vida, los cordones umbilicales que lo unen a uno con la realidad en la que se sumerge inventándose la vida de aquellos rostros con los que se topa, vasos comunicantes por los que corre el agua que saciará la sed de la caminata de pupilas atentas, removidas piezas de un puzle que cada día hay que volver a poner en su sitio, fichas de un juego de dominó que no siempre empieza con un seis doble, coordenadas sobre las que poner en marcha los mecanismos de la brújula de la intuición. Hay gestos que lo llevan a uno a pensar que va empezando a ser uno más del barrio aunque no haya nacido en él, y uno de los que más me gustan es el de poder permitirme el lujo de invitar a una cerveza a esos contertulios que poco a poco fui conociendo en una serie de visitas al bar de la esquina, cuya confianza he tenido que ganarme mientras ellos se han dedicado a dejarme ser como soy, a los que tuve uno a uno que ir repitiéndoles mi nombre al tiempo que trataba de memorizar el de todos ellos rezando para no equivocarme, con esa vergüenza que siempre me ha dado no llamar a alguien por su nombre, por el nombre que tienen todas las cosas que me rodean en esta ciudad en la que un buen día fui adoptado.



4 comentarios:

  1. A las buenas personas siempre las hacen un hueco,allá donde vayan...
    Un abrazo,que tal??

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    1. Lo mejor es ver como todo fluye y dejarse llevar por el aprendizaje de la idiosincrasia. Me siento muy bien adoptado en Sevilla.

      Mil abrazos.

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  2. Pero seguro que tú también haces por integrarte.
    Salu2, Clochard.

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    1. Pues ahora que lo pienso algo habré hecho, pero con la sensación de un discurrir las cosas muy a su amor, gracias a lo cual no está saliendo mal guiso.

      Salud, Dyhego.

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