domingo, 7 de agosto de 2016

Noches de Agosto



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Las noches de Agosto son propensas a despertar las ganas de salir a pasear para contemplar el barrio en otra textura, con otras luces y sombras, con otros apellidos y otros gestos sacados del reflejo de los neones de algunos escaparates que aún centellean sus ofertas; son propensas también a la soledad acompañada de la voz interior en la que va uno encontrándose de nuevo con el doble, con el otro, con el cómplice, cuando se hace un poco tarde y se siente el arrebato de la libertad que no necesita gastar nada más que unos pasos y unas miradas a su alrededor, después de una buena cena tras la que ha venido uno de esos ratos de lectura que necesitan de celebración, de toma de contacto con la calle, con el aire aunque no corra, con las farolas en busca de una igual a la de la ciudad en la que se desarrolla la novela que le tiene a uno enganchado dentro de ese mundo del que no quisiera salir, en el que la da lástima tener que terminar dentro de poco su relación con los personajes que se han llegado a hacer de la familia desde el desayuno hasta esas horas del paseo nocturno en el que es como si estuvieran rodando la película del monólogo que la ciudad se calla para no ofendernos, cuando ha pasado la media noche y puede uno disfrutar a sus anchas del asfalto tanto como lo hace de las aceras durante las otras horas del día, cuando se ve venir de lejos al camión de la basura e instintivamente se piensa en la dureza de ese trabajo que tan poco agradecemos, cuando las calles del casco antiguo son como gigantes que permanecieran descansando de la insolencia y el desbarajuste, del atropello de las obras públicas que están haciendo claudicar a un montón de negocios. Todo duerme como en un silencio interrumpido por los acelerones de algún desaprensivo niñato harto de grifa o de farlopa manifestando el rotundo absurdo de su potestad como conductor, un complejo de inferioridad en el que ni siquiera ha reparado porque necesitaría nacer varias veces para convencerse de que una vida merece ser examinada, aunque, como dentro de poco nos dirá Woody Allen, no sea esto ni mucho menos una bicoca. Los aspersores de los jardines de la plaza de la Magdalena riegan con un agua tan difuminada que se confunde con la simulación de una niebla que viniera a atemperar el ambiente, como esa nube de gotas de agua que parecen haber sido pintadas con un algodón sobre el cuadro a pastel de las terrazas de verano durante las horas de más calor. Hay algo en las noches del verano que lo lleva a uno siempre a la infancia, a las puertas en las que charlaban los vecinos alrededor de una de aquellas endebles mesas plegables sobre las que incluso se jugaba al parchís, al dominó o a las cartas; a los helados de naranja y las granizadas de limón, a los filetes empanados y a la televisión a través de una de las ventanas de la casa; a dormir después sobre un colchón en una terraza o en el patio del vecino; al monótono ruido de un ventilador y a la luz de un tubo fluorescente con el que las cocinas parecían en la madrugada haber sido rescatadas de un rincón iluminado de la luna. Estas noches de Agosto y sus paseos me están llevando a una calma tan duradera como la calurosa media de las temperaturas, y no hay nada para disfrutarlo como echarse a andar a esas horas en las que maúllan los gatos en el filo de los tejados de las postales del verano.


2 comentarios:

  1. Las noches de agosto son bonitas y melancólicas. Bonitas porque da gusto mirar el cielo, esperando ver el espectáculo de una estrella fugaz. Pero se nota en el ambiente el paso del verano.

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    1. Noches de lágrimas de San Lorenzo, de frío en el rostro de la madrugada, aunque esto último es cada vez más difícil.

      Salud, Dyhego.

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