lunes, 30 de julio de 2012

Caravana de lona.






En estas fechas de finales de Julio, cuando Agosto se encuentra a la vuelta de la esquina, cuando el deseado periodo de asueto puebla las carreteras de automóviles en busca del mar o la montaña, en busca del destino planeado a lo largo del año, se palpa en los kilómetros de asfalto que atraviesan la geografía española la presencia de esos coches en los que, todos los años por esta época, viajan familias magrebíes, procedentes fundamentalmente de Francia,  que se dirigen a su país de origen. La sobrecarga hace que los amortiguadores traseros trabajen con más insistencia de lo habitual. Sobre el techo de los vehículos, en su parte superior, se amontonan una serie de bultos recubiertos por una lona que a menudo, en sus flecos exteriores, ondea como una bandera. A veces me pregunto si serán esas todas las pertenencias necesarias para facilitarle un aire de comodidad a las vacaciones o si se tratara de regalos con los que acercar este occidente cargado de mal gusto a los familiares que esperan ansiosos la llegada, el retorno por unos días, de esos seres queridos que un ayer cargado de pobreza hubieron de partir a otra tierra, a la tierra prometida en la que los hombres llevan corbata y todo el mundo trabaja y consume cantidades ingentes de alimentos atiborrados de antioxidantes y falsas vitaminas que nos prometen el retraso de las arrugas y recubren de cal el alma. Me pregunto también si en esos bultos viajarán los sentimientos y los pensamientos que no han encontrado un hueco en esta cultura tan diferente e hipócrita a la que han venido a parar para realizar los trabajos con los que se le caen los anillos a toda una clase de la vieja Europa que huele a cocido rancio y recalentado; me pregunto si se hallarán ahí, en todo ese monumental equipaje, todos los pretextos e ideas para las largas noches de conversación que les esperan a partir de unas horas después de que me haya adelantado un Mercedes a unos quinientos metros de un desvío con dirección a Algeciras, en el que una de esas familias se dirige a su punto de origen, al que llegarán como héroes y serán abrazados por todos los miembros de una extensa parentela que pasó el año rezando para ahuyentar los malos presagios y buscándose la vida de una manera muy diferente.

Cuando yo era niño la N-IV Madrid-Cádiz aun no se había convertido en autovía y los convoyes con dirección a Marruecos eran lo más parecido a una serpiente de automóviles el primero de los cuales representaba la brújula sobre la que guiarse. Eran habituales los despectivos comentarios con respecto a la manera de conducir de nuestros vecinos; también se hablaba mucho de su falta de higiene, de la cantidad de personas que podían ir en el interior de una de aquellas rancheras marca Peugeot, fieles a mi recuerdo así como el inconfundible color amarillo de la luz de sus faros, y de la rareza de sus costumbres que les hacía detenerse a rezar en cualquier lugar cercano a la carretera en el que encontraran la orientación adecuada para dirigir sus plegarias a la Meca. Era uno más de los recursos para entablar conversación, como quien habla del tiempo, de fútbol o de la "cosa" sin referirse a nada y a todo al mismo tiempo. Pero a mi no me dejaba de sorprender, a mis ocho o nueve años, la cantidad de gente que se desplazaba de la misma manera; llegaba a pensar que Francia se quedaba medio poblada debido al eventual éxodo de todas aquellas personas que parecían moverse con las ideas muy claras y con muchas ganas de reencontrarse con algo muy anhelado. Más tarde, pasadas unas primaveras, aparecieron las primeras áreas de servicio propiamente dichas, debidamente señalizadas, en las que cualquier viajero podía encontrar algo más de comodidad para aprovechar el momentáneo descanso de una parada. Luego se fueron viendo incluso pequeñas mezquitas, a lo largo del recorrido, para que la oración pudiera ser llevada a acabo de manera más digna; también, poco a poco, se fueron incrementando los servicios, la comprensión, la transigencia y la empatía dotando a dichas áreas de los debidos baños, para que puedan ser llevadas a acabo las pertinentes abluciones, eso si, no sin el correspondiente interés comercial sin el que casi nada es concebido.

Hoy, mientras conducía y era adelantado por varias de estas familias me he acordado del regreso, de los regresos, de los retornos que duran un par de semanas y se esfuman en un instante, de lo que esos seres estén deseando ver, de la frase que llevan grabada en sus sienes para ser la primera en ser dicha, de la primera palabra que será pronunciada, de las promesas hechas tiempo ha y que ahora se encuentran a las puertas de su !@#$%^&*, y me he alegrado por ellos porque me he sentido, en cierta manera, identificado con ese tipo de viajes en los que uno trata de encontrar algo de lo que fue en los campos de su patria y la felicidad resultante de dicha experiencia. Una caravana tiene un significativo trasfondo de unión, algo que se pega al riñón de lo popular, a la comunión de un deseo, a la andadura que afortunadamente hoy es mucho más cómoda que hace treinta años.

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