jueves, 5 de julio de 2012

El sonido de la radio.








Siempre me llamó la atención el mundo de la comunicación. De pequeño al escuchar la radio me imaginaba un estudio como un lugar cargado de bienestar y de personas que transmitían cosas importantes amparadas por esa burbuja que se encuentra dentro de las emisoras. Como si fuera un mundo a parte en el que se está en la gloria. Las voces que salían de un pequeño aparato encasillado en un hueco de la cocina eran para mí las transmisoras de los mensajes a los que parecía que había que hacer caso, o al menos escuchar porque sabían lo que decían. Era como una admiración hacia individuos a los que ni siquiera les veía el rostro, cosa que fomentaba mi imaginación. Pero lo que más me entusiasmaba era la privilegiada posición que ocupaban, el cometido que tenían, el oficio ese de contar historias y noticias dándole a conocer al pueblo lo que sucedía en el resto del mundo sin salir de casa. Me imaginaba a todos ellos felices y satisfechos de su tarea, ejemplos en los que aprender a vivir sintiendo devoción por algo con lo que sentirse vivo. Debía ser esa primera vez que todos tenemos en la que nos preguntamos por la felicidad instaurándola en una dedicación, en la que no se nos viene ni por casualidad la imagen a la cabeza de una posible depresión o estado de desánimo porque hay tanto que descubrir que todo nos parece un tesoro y afortunadamente aun no hemos sido contaminados por la onda expansiva de la velocidad del comercio; esos días en los que el mundo está recién pintado y no conoces el significado de la palabra daño ni miseria ni atrocidad, ni venganza ni envidia; esos días en los que todos los sueños se encuentran al alcance de la mano y las palabras tienen el valor del significado.

Cada noche, independientemente de la mayor o menor atención que preste a esas voces, oigo o escucho la radio. Desde la cama, y sobre todo si se trata del invierno, mullido y cobijado bajo el caparazón de las mantas y las sábanas, uno es cómplice de lo que y cómo se cuenta lo sucedido durante el día,  de las noticias y las llamadas que realizan los oyentes para mostrar su insatisfacción a cerca de algún tema o para opinar con respecto a otro, de los comentarios jocosos con los que nos brota la sonrisa en la oscuridad, o de la inesperada sensación de asombro seguida de un cambio de postura, con el que nos acercarnos al aparato e intentamos, ante la incredulidad y a tientas, subir el volumen, en el que quedamos petrificados durante unos instantes de pesadumbre o alborozo. Esas caras inventadas y almacenadas en la memoria que las reconoce por el timbre parecen haber sido puestas ahí para nosotros y por eso nos resulta tan familiar adaptarnos inmediatamente a la tertulia como si ocupásemos en ella un lugar; un privilegiado lugar de oyente al mismo tiempo activo y pasivo, emisor y receptor, contertulio que se siente bien acompañado  enriqueciendo la soledad de la escucha con los supuestos gestos de todos los que se encuentran sentados en la mesa del estudio, figurándoselo todo.

Hace unos días cuando me preguntaron por la carrera de Fernando Alonso en Valencia conté lo que sabía imaginando lo que había escuchado y comprobé que disponía de más datos que quienes habían visto el espectáculo en la televisión; al menos mi discurso fue más emocionante. Cómo olvidar esos tres adelantamientos de las primeras vueltas, o el cambio de neumáticos en el que un mecánico se jugó literalmente el tipo, o la vuelta en la que se pulverizó el cronómetro con un récord solo a la altura de los prodigiosos como Fernando;  fue un carrerón, Un carrerón que escuché a ratos con los que fui formando el rompecabezas de la realidad televisada que me devolvió al aroma a pan casero de las noches de invierno y a los auriculares de la pubertad radiada sobre el papel en blanco de la imaginación. 

6 comentarios:

  1. Bonito elogio de la radio.
    Antes oía la radio por la noche, pero desde hace lo menos dos años, ya no.
    Me gusta esuchar la radio cuando voy al trabajo y durante el trayecto, me da tiempo a hacer varios barridos por casi todas las emisoras, pero mi opinión ha bajado muchísimo con relación a los ¿tertulianos y a algunos locutores -llamados ahora comunicadores-.
    Normalmente al segundo barrido de emisoras, los mando todos a tomar... y me pongo un cd de música.
    Salu2 veraniegos.
    Páselo uted lo mejor posible.

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  2. A mí me sucede lo mismo, pero son tan buenos los recuerdos, que le tengo especial cariño a este medio; pero efectivamente se escucha cada cosa y dicha de tal manera que uno aprende a cómo no decirlas y le dan ganas de escuchar música.

    Salud!!

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  3. Querido Clochar:
    De niño todo se ve tan extraordinario que la imaginación se desborda,ahora a los niños se lo dan tan mascado que su imaginación queda mermada.Antes eramos más niños y durante más tiempo.Un abrazo fuerte!!

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    1. Y lo mejor de todo, querida Amoristad, es que seguimos conservando una importante parte de aquellos niños que fuimos sobre los que se sustenta la planta del adulto que somos.

      Mil besos

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  4. Te entiendo absolutamente: yo también soy oyente nocturna de radio, al alba le doy otro repaso y así me entero de las noticias antes de verlas en los telediarios (no sé si ésto es bueno, por otra parte).
    Menudo encanto tienen esos programas de llamadas de gente corriente, con sus problemas, sus dudas, sus deseos de consejo. Me recuerdan aquéllos otros que escuchaban nuestras madres por las tardes...
    Por ejemplo, Elena Francis, con su cancioncilla "Summeeeeer"...
    Un abrazo

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    1. Recuerdo aquel Elena Francis, y el inconfundible timbre de su voz, y la seguridad con la que todos esperaban una solución a cualquier problema; claro, que eran otros tiempos.
      Ahora hay mucha radio mediocre, pienso; aunque siempre te puede sorprender algún hallazgo interesante. Me encanta dejar que pasen las horas, cuando puedo, escuchando uno tras otro los programas de Radio 3. Y no perdono una noche aunque sea con el susurro de fondo de la radio.

      Un abrazo y feliz verano.

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