jueves, 31 de enero de 2013

Los caminos de la inspiración.







Es mundialmente conocido el mito circundante en lo concerniente al reto de la página en blanco. Todo parece atribulado cuando no se encuentra nada con lo que comenzar a llenar de palabras esa hoja que se nos muestra amenazante y retadora. El mismísimo Ortega y Gasset confesó en una ocasión que no sabiendo a cerca de lo que escribir se puso a hacerlo sobre lo que tenía justamente en frente, declaración que aparece de forma escrita en lo que después, a medida que nos iba contando que no sabía de qué escribir, se convirtió en un ensayo sobre el fondo y la forma, sobre la libertad y las fronteras, sobre los objetos encerrados, porque en ese instante, en el momento justo en el que se le ocurrió que no se le ocurría nada tenía delante una réplica de la Gioconda y aprovechó para divagar en torno a lo que le sugería una imagen enmarcada. Tratándose de un filósofo de tal envergadura no es difícil suponer que cualquier cosa le sirviera de primera piedra para levantar un edificio de ideas. Con aquella lectura, aparecida en El espectador, comprendí que el mecanismo activo del pensamiento es una fuente inagotable de recursos para tratar de comprender el mundo en el que vivimos y, si aparecen las flores de la vocación o la mera afición, escribir a cerca de ello.

Cuando uno se dispone a leer  a sus autores favoritos, a esos virtuosos que todo lo que piensan lo convierten en metáfora y belleza expresada, se pregunta absorto y ensimismado cómo se puede sostener semejante pensamiento sin darle tregua a la imagen y al símbolo, cómo se encontrarán con esa serenidad atropellada por un vendaval de circunstancias ante las que saben poner magistralmente orden y mediar como si de un árbitro de la conciencia y la razón se trataran, indagando en las reflexiones de una manera veraz y contagiosa para el lector que acaba sintiéndose atrapado por esa verborrea y ese torrente de significado ante el que pasan las páginas y se olvidan los horarios, las citas, las obligaciones y algún que otro asunto importante que queda rezagado por la dedicación a la lectura.

Los caminos de la inspiración son todo lo que se muestre vivo o a lo que se le otorgue vida. Tal es el caso de Luis García Montero; cuando leo sus artículos me embeleso de la manera en la que no desfallecen en él los motivos para animar a todo lo que forma parte del paisaje, a todo lo que se pose sobre una mesa o ruede o ande o haga acto de presencia, o permanezca inmóvil para que el poeta le dé la posibilidad de manifestarse y mostrar una autenticidad que se le atribuía inerte y supeditada al paso del tiempo y el desamparo, al destierro del que se le extrae a partir del momento en el que la voz interior del escritor dice aquí te encontré, y pasa a formar parte de la familia del contenido de lo que se transmite con la finura y la delicadeza de quienes poseen el entusiasmo suficiente para encontrar muchas vidas dentro de esta única y disponible.

Si nos hallamos ante un texto de José Saramago pronto seremos conscientes de su capacidad para recurrir al proverbio como fuente de sabiduría, a frases hechas salidas de su misma pluma siempre teniendo como faro una inapelable realidad como escaparate de todos los mensajes que quieran ser lanzados, haciendo de lo más sencillo un inagotable manantial del que fluyen los contenidos de lo cotidiano llevándolo al término de la lección y de la lucha, a la reivindicación y la protesta, a la apelación a los valores con los que el ser humano se mueve indefenso ante el escarnio, y a la más pura contradición en la que ha caído el hombre. Esa defensa de las clases menos favorecidas la podemos encontrar también en Miguel Delibes, solo que en un tono más paternal y melancólico, contado con sutiles algodones que aproximan la tristeza a una nostalgia en la que la catástrofe se digiere con una resignación favorecida por el aprendizaje, en capítulos cargados de tierra y barro, de lluvia y niebla, de campos en los que los pájaros hablan con el agricultor y la naturaleza tiene voz propia como en casi ningún otro escritor, por sendas y veredas y vericuetos colmados de plantas y especies animales con las que los niños juegan a saberse sus nombres, y dentro de ese universo existe una declaración de sentimientos que no es ajena a la manera en la que la inteligencia del gobernante descarrila en contra del más débil y a favor del abuso.

Puede que sea imposible identificar, a penas leídas cinco lineas, a un autor determinado, pero si a tal reto fuese sometida mi poco curtida astucia no dudaría en afirmar que con un extracto de una novela de García Márquez me lanzaría a la piscina. No hay nada igual, ni mejor ni peor, sencillamente no hay nada que se le parezca ni por asomo, con todos mis respetos hacía el resto de autores y mis reservas por lo poco curtido que todavía anda uno en este asunto del que cada vez le queda, afortunadamente, más por aprender . En ese cosmos literario nacen las flores, vuelan las alfombras, se trasmutan los objetos y los metales preciosos emanan del rincón menos esperado convirtiéndose en pócimas y símbolos mágicos; ahí el amor se escuda en el tiempo y en el afán de sentirse dichoso, las guerras van y vienen, en los ríos los barcos suben y bajan de un poblado a otro y entre medias nos dejan instantáneas de un mundo plagado de sensaciones y costumbres, de aromas y dificultades atiborradas del consuelo de los pobres que anhelan con esperanza combativa la llegada de un atisbo de igualdad. Con el Gabo uno se para a pensar detenidamente si no será demasiado osado ponerse a escribir sobre esto, porque el respeto del que se hacen valedoras todas y cada una de sus expresiones, el arrumaje semántico y gramatical, la plenitud de su escritura, se presentan como magistrales y divinas, dignas de la veneración y creencia para todo aquel que encuentre en una narración un ápice de algo en lo que creer para hacer más plena la existencia.

Pararse a pensar en los caminos por los que transita el alma del escritor, cuando se encomienda a darle rienda suelta a su imaginación, es detenerse a investigar algo que se admira y de lo que uno quisiera tener alguna llave parecida con la que abrir las puertas por las que entra el aire que se encarga de poner en orden todo aquello que se barrunta a solas. Puedo mencionar a Rosa Montero, a Almudena Grandes o a Margaite Yourcenar como ejemplos de lo que una voz femenina nos enseña desde una panorámica en la que las cosas se sopesan con una inteligencia que nos lleva a comprender los intestinos de las cábalas realizadas por mujeres que lo admiran todo bajo un velo de rebeldía que las consagra. Puedo citar a Dovstoiesky o a Faulkner o a Onetti como instigadores a inmiscuirnos en las profundidades del alma humana, y me los puedo imaginar merodeando por las cercanías de un barrio bajo, tomando una copa en un burdel tratando de encontrar el nombre de un protagonista, pasando totalmente desapercibidos y disfrutando de esa libertad con la que ellos mismos se sienten personajes de la novela de la vida en estado puro, y sacándole punta a su lápiz para poner en pie de guerra a quienes hayan de destruir todos los tópicos a cerca de la moderación como virtud y consagración del ciudadano; se observa en ellos una afinación milimétrica que alcanza a encumbrar a los más detestables habitantes del más triste de los cuarteles de la miseria. Y de ahí en adelante, y retrospectivamente también, pasando por los múltiples caminos en los que la literatura se entromete, que deben ser todos y cada uno de los que el mundo dispone, se encuentra esta sangrienta encrucijada que conocemos en la que caminan hombres camuflados con aspecto de hombres vistiendo gabardina y sombrero y adivinando el nombre de las cosas para fraguar ideas con las que contar una historia en la que explicar el motivo que les llevó a encontrar en ello la conclusión a la que llegar para acercarse a una certeza: que son inescrutables los caminos de la inspiración acomodándose en la paradoja de descansar sobre el asfalto.

6 comentarios:

  1. Clochard:
    ¡¿Y dices que tenías el síndrome de la hoja en blanco cuanto te has puesto a escribir?!
    Salu2 blancos.

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    1. Dyhego:

      Desde que leí lo apuntado por Ortega le tengo menos miedo a esos momentos en los que parece que nunca vas a empezar.

      Salud.

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  2. Querido Clochard,es pensar en lo que te apasiona y te fluyen las palabras como el río va hacia el mar...Un abrazo blanco!!

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    1. Como el río va hacia el mar fluyen las palabras; creo que acabas de completar la entrada con esa expresión, ya sabía yo que algo le faltaba.

      Mil abrazos.

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  3. A mí este tema me da mucha guerra y he descubierto que cuando escribo con regularidad, aunque solo sea un verso al día, cuando hago esa gimnasia mental y espiritual mi lápiz funciona.

    Gabo for ever!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!

    Besos y muchos folios en blanco.

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    1. Creo que el ejercicio de la escritura a diario es una gimnasia mental que te permite escribir mucho y mal para hacerlo bien de vez en cuando. Eso junto con la lectura son las dos mínimas herramientas que se pueden utilizar, creo yo, para sentirte alguna vez satisfecho con lo realizado. Pero hay otra cosa que lo supera todo: el mero acto, la sencilla operación, simplemente hacerlo, que además te reconforta, te tonifica, te hace sentir mejor. Y del Gabo, qué te voy a contar.....

      Besos, prosas y versos.

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