martes, 30 de agosto de 2016

El oficio de vivir


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Han sido muchas las veces que me he preguntado a qué me hubiera dedicado de no haberme decantado por la restauración. Tal vez pudo demasiado la influencia de haber nacido en una familia a la que se le da muy bien dar de comer, y de mi afán por conocer qué había detrás de todo aquello que me empezaron a enseñar desde los doce o trece años; después mis inquietudes fueron destinadas a querer conocer cómo era el idílico mundo del interior de un restaurante en el que se buscaba la excelencia, en los momentos en los que uno tenía que tomar la decisión de lo que quería hacer con su vida. Ahora, cuando me paro a contemplar las cosas con la distancia que los años ponen de por medio, recuerdo al niño que quería ser arquitecto o periodista, y bajo esta perspectiva, y mirándome en el espejo, he de reconocer que a pesar de que mi oficio me está dando muchas satisfacciones bien es cierto que sufrí una tenaz tendencia a la gandulería durante los años en los que mi formación no era asunto de especial incumbencia en las conversaciones que mantenía conmigo mismo, o sea que en cierta manera la comodidad de pertenecer a un gremio que conocía relativamente bien fue en buena medida la decantación de una inercia que me ha ido llevando de un lado a otro en trenes y autobuses, en aviones y barcos, en coches y en camiones, haciendo auto stop, bajando las escaleras mecánicas de muchas estaciones de metro y haciendo sonar en innumerables ocasiones el detector de metales de un control policial debido al perfecto desorden de las ensoñaciones que no me sacan de mi mundo. Me parece, al pensar en esto, como que no fuera el hombre capaz de vivir sin estar aparcado en una constante duda sobre lo que sí y lo que no, sobre todo cuando no le salen a uno los planes y ha de soportar el tedio del mito de Sisifo con la piedra a cuestas escalando la montaña; esa duda se da también cuando lleva uno bastantes años dedicándose a lo mismo, por mucho que se proponga hacer de cada una de sus jornadas algo diferente; entonces le vienen a uno a la cabeza esa cantidad de aficiones que aún no han encontrado tiempo suficiente para ser desarrolladas, preguntándose incluso qué hubiera pasado de haber cambiado el rumbo de su vida profesional a mitad de camino apostando por otra vertiente en la que arriesgarlo todo a cambio de la tranquilidad personal de no morirse sin haberlo intentado. Conozco a compañeros que lo han hecho, algunos que desaparecieron del mapa como por arte de magia y no había forma de dar con ellos, esos de los que de vez en cuando uno sabía algo mediante algún amigo en común que le daba las buenas nuevas con el tono de voz con el que se dan las noticias sorprendentes o importantes. Hace unos meses me enteré de que un ex compañero de la escuela de hostelería, Rubén Darío Vallés, es escritor, y comprendí que es posible alcanzar los sueños si lo que uno se propone es darle rienda suelta a su libertad de expresión y no ceder en el solitario ritmo de la constancia que necesita todo proyecto personal. Cuando, hace ahora diecisiete años, Rubén y yo íbamos al Santos, un bar muy cerca del piso de la calle Acetres en el que yo vivía, tomábamos cubatas y manteníamos conversaciones que no tenían nada que ver ni con su cocina ni con mi sala; soñábamos despiertos, como la noche en la que pudimos ver en directo a lo que quedaba del grupo Triana, en un concierto gratuito que daban después de un mitin de la  Izquierda Unida de Julio Anguita, en el que el otro día me recordó que fue donde le dije que a mi me gustaría dedicarme al escenario; y yo recuerdo que en el Santos, cuando el estímulo del alcohol nos hacía hablar con esa clarividencia que solo es capaz de alcanzar la sinceridad, él insistía en que lo que quería era ser artista. Qué palabra tan bonita. Desde que hace ocho años Ángel León me dijo que Rubén se estaba dedicando en serio a la pintura supe que habría algo más, que eso sería sólo el comienzo, una más de sus formas de expresarse, uno de los hilos conductores que conectan a la creatividad con el oficio de vivir, con su oficio de vivir, que ya ha sido plasmado en la novela Viaje a Menorca y que se ve reflejado en cada uno de sus artículos de opinión en dos diarios de Granada. Qué buena noticia para ir al Santos y tomarse un cubata a su salud.

4 comentarios:

  1. Juan Carlos Téllez. Despúes de diecisiete años nos encontramos. Nos llamamos y hablamos. Estudiamos juntos en la Taberna del Alabardero. Era un fenómeno, y yo lo sabía desde que lo conocí, pero tenía ese aire de superioridad y altivez algo pedante, como ese perro orgulloso de su fuerza que no quiere cuentas con los chuchos. Nos olíamos pero no nos tratábamos. Pero como era un fenómeno al final coincidimos. Y claro..., era lo que yo pensaba, un número 1. Entonces el otro dia, por tal y cual..., hablamos por teléfono..., después de tantos años. Me alegré de verdad. Es un profesinal de élite en la restauración. Pero es que ahora..., lo leo en su blog, y no sólo esta carta artículo precioso, sino en los tantos y tantos que tiene, y se me caen los huevos. ¡Cómo escribe el bicho! Qué alegría me da leerlo y disfrutar de la lectura. Y bajarme los humos que demasiadas veces a mi me hacen ser soberbio. Preciosa la vida que da hermosos reencuentros. Espero verlo pronto. Me quito el sombrero Juan Carlos Téllez.

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    1. Es tan grato encontrar en un antiguo compañero aspirante a chef el impulso que muy pocos hombres son capaces de ejercer para buscar la libertad, que un halo de sincera envidia se confunde con mi alegría. Cuando un hombre lo tiene claro el resto de la humanidad se abre a su paso, y Rubén ya ha dado algún que otro paso importante, y los que quedan por llegar; con ese espíritu reflexivo y bohemio tras el que deviene el carácter de la protesta, del reguero de preguntas que todos los hombres deberíamos hacernos; con esa silenciosa lupa que su mente tan hábilmente utiliza, con ese gusto por la imaginación que sólo los poetas y los pintores, que son los poetas del color, valoran como el principal de sus activos.

      Te agradezco, ex corde, Rubén, tu sinceridad, porque en ella se refleja la transparencia que no se ha de callar, lo único que al fin y al cabo importa, el espejo en el que poder corregir algún que otro pecado capital. Me alegro de encontrarte de nuevo.

      Abrazos, Compañero.

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  2. Hay mucha gente que decide dar un parón a su vida y dedicarse a lo que realmente le gusta. Hay que ser muy valiente y tener las ideas muy claras.
    Si en tu trabajo eres la mitad de bueno que escribiendo, seguro que era un profesional como la copa de un pino.
    Salu2, Clochard.

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    1. Hay que ser valiente, tenerlo muy claro, sentir la imperiosa necesidad de la libertad para dar el paso que te lleve a ese lado a partir del cual el mundo está a la espera de ser pintado. Gracias, Dyhego, pero cuidado porque el halago debilita; hay todavía que trabajar mucho, estudiar mucho, perseverar, hay mucho trecho que andar.

      Salud

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