lunes, 22 de agosto de 2016

Leer en vacaciones


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En cuanto le toma uno el pulso a esa consecución de días libres en los que las buenas costumbres empiezan a domesticarse, en cuanto empiezan a dejar de ser una monumental carga las obligaciones del hogar y decenas de cosas se tornan placenteras por el mero hecho de ser repetidas dirigiendo su importancia hacia el lado del bienestar, de ese saber vivir a lo Ortega,  a hacerse de la familia formando parte de una serie de gestos y rutinas, de costumbres que no se solapan sino que se complementan, de esas dulces monotonías tan necesarias para que lo espontáneo surta efecto, lo normal para un lector con un oficio que le deja muy poco tiempo para disfrazarse de estudiante es que, y debido al efecto beneficioso de esas ordinarias recuperadas costumbres, en la mesa de estudio vaya habiendo un grupo de libros que aumenta a medida que un autor le lleva a uno a interesarse por  otro, porque las ganas de indagar y de seguir construyéndose uno así mismo una mínima cultura con la que deshacerse del sopor social pasa a un plano tan relevante como elemental, gozando de una prometedora continuación que traspasa la frontera de lo lúdico porque se convierte en algo estrictamente placentero al mismo tiempo que accesible por  la naturaleza que nos conduce a la captación de la metáfora que llevan dentro todas las cosas de este mundo, en recuerdo de Goethe.
Este mes de agosto, tórrido y pegajoso, tan lleno de sudores y de soles que incendian el asfalto sevillano, está siendo alegre en el plano literario, descubridor de las entrañas de libros entrañables, con autores que hacen que el lector sea uno más de los protagonistas de la novela o sujeto activo en el desarrollo de un ensayo. Releo a Muñoz Molina con la emoción de la primera vez y me inicio en Murakami con Kafka en la orilla. Comparten espacio en un mismo lugar de mi casa Phillipe Roth, Milan Kundera, G.T. De Lampedusa, Vicente Aleixandre y el Charles Baudelaire de los ensayos sobre arte de cuya excistencia no tuve constancia hasta hace muy poco. Leyendo puede uno viajar sin moverse del sofá, y conocer a otras personas en otros países y en otros tiempos, y a la hora que a uno le dé la gana, muy temprano por la mañana o en la continuación acometida a primeras hora de la madrugada por no poder conciliar el sueño rápido. Leer es una aventura y un privilegio del que pocas veces somos conscientes, pero hacerlo con mucho tiempo libre por delante de forma que ese hábito pueda trufarse con un cierto aire de estudio se convierte en uno de los lujos menos cotizados que yo conozco y más deseados por mi cada vez que disfruto de unas vacaciones.

2 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Qué sería el verano sin sus lecturas de verano que no son las típicas lecturas de verano.

      Salud, Dyhego

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