miércoles, 25 de julio de 2012

Mi bala roja.





Conduzco desde hace más de veinte años, y de hecho es una de las cosas que más me gustan. Salir a la carretera, y si es con muchas curvas y el trazado es de montaña o similar, mejor, me ayuda a pensar de manera positiva. Abrir las ventanillas y escuchar música al mismo tiempo que el juego de marchas y velocidades, de frenadas y comedidas aceleraciones transcurre sobre el asfalto es una manera de pasear sentado. Si se hace con la suficiente calma da tiempo a contemplar, relativamente, el paisaje y a oler el aroma que desprende la vegetación por esos caminos en los que la espesura del bosque llega casi a anular la visión de la calzada si ésta quiere ser vista desde arriba. En ocasiones me pierdo, literalmente, cogiendo una dirección al azar en el primer cruce que me encuentro, y después otra en el siguiente. A veces me asalta la sensación de que ya había andado por estos lugares, en otros momentos pienso que en un breve espacio de tiempo, en unos minutos, llegaré a un pueblo o aldea que me conquistará, que me regalará poesía y vida y fotografías imborrables para el archivo de la memoria. Conducir es una manera, también, de sentirse libre, de desplazarte por el más allá que hay detrás del sofá y de la cama, de la esquina, la calle y el mercado, y de los más frecuentemente escuchados ruidos con los que no queda más remedio que convivir.

Cuando voy al volante, si me desplazo a lo largo de una autovía o de una autopista de pago, suelo ser adelantado, en ocasiones hasta por camiones y autobuses; esto no me pone de los nervios porque nunca voy con prisas, al menos al mando de mi bala roja, pero me sorprende la velocidad, la rapidez con la que se va de un lado a otro, la manera en la que se abordan determinadas maniobras y el poco miramiento que se tiene con los detalles de la conducción. Sin duda se trata de una más de las consecuencias del trajín y del modo de vida que llevamos sin saber a dónde nos dirigimos. Parece mentira que no nos paremos a pensar, en frío y en serio, en lo peligroso que puede llegar a resultar cualquier mínimo roce, las consecuencias que acarrea un golpe mal dado, aun a poca velocidad. Pero además de ir pensando en esto, también voy pensando en la fortuna que supone disponer de una auténtica máquina, que dentro de poco será mayor de edad, y que hoy ha pasado a la primera el anual examen de salud, previo pago de 42€ que no sé si es mucho o es poco, que los entrego de mala gana y pensando en los manguis de turno de cualquiera de los ministerios, al que se le somete para certificar que puede ser utilizada al menos durante doce meses más. Se ha portado fenomenal.

Hasta que dispuse de la bala todo el mundo me preguntaba que cuándo me iba a comprar un coche, y a partir del momento en el que me convertí en el Nelson Fittipaldi de mi auto ha cambiado el cariz de la cuestión; ahora la pregunta gira en torno a cuándo lo cambiaré. O sea que, tengas o no tengas coche, el caso es que la curiosidad está al quite de las dudas del vecino por ver qué es lo que pasa con tu situación como chofer propietario. Porque puedes no tener casa, ni mujer, ni novia ni hijos, puedes no tener trabajo, ni tabaco, ni pelo, ni maleta ni sombrero; puedes ser un gilipollas o un lumbreras, lo que quieras, pero no puedes ir por la vida sin tener un coche; parece que esta ha sido una de las obsesiones más generalizadas entre las dos generaciones posteriores al paseo con los pies por delante de Francisco Caracorneta. Pero mi bala roja se resiste; no ha podido con ella ni un exhaustivo control de gases, que me han hecho, ante la incredulidad de los técnicos, repetir hasta en tres ocasiones, hasta que uno de los mecánicos ha acabado por decir: no, si es que estos cacharros han salido muy buenos. Menos mal que han salido buenos, porque entre esto y los posteriores test de frenos y amortiguación, en los que en lugar de en mi coche creía que iba en un barco sobre alta mar, un poco más y tengo que llamar a la grúa para que me lo retirasen del lugar al que había venido a dármelas de saber lo que tengo. Después he vuelto a casa por el camino más largo, como me gusta hacer cuando tengo tiempo, para que no me asediasen las supersónicas pasadas de los Schumacher de la zona, y entre curva y curva he ido celebrando con mi bala un año más de compañía y de pacífica conducción por los cruces de caminos de la vida.

3 comentarios:

  1. Despacio, sin prisa y con pausa, disfrutando de cada una de tus palabras como si anduvieses entre jarales, piso el freno y me quedo por aqui. En cuantito pueda, te leo todito.
    Tiene buena pinta tu pecera.

    Un beso

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    1. Bienvenida Curu. Sírvete tú misma. En la nevera encontrarás de todo. Es un placer poder recibirte por estos hielos. Espero que disfrutes. La música la pones tú.

      Un beso.

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    2. Disfruto, lo hago...es lo que necesitaba, refrescarme y lo has conseguido. Encantada de pasar el verano contigo.

      Otro para tí.

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