miércoles, 4 de julio de 2012

Un día con otro.







Pasan los segundos, los minutos, las horas, los días, las semanas, los meses, los años, hasta ahí puedo contar, ni siquiera medio siglo aunque repare en ello cada vez que me cruzo con un ciudadano en el que pueda adivinar esa edad. Pasa el tiempo fugaz y yo sin enterarme de nada, absorto, sorprendido y con la sensación de que todo se me hace grande, de que no alcanzaré a conocer a penas una micra de cuanto me rodea y de que llegará sin que me entere el momento en el que no tenga espacio para decir adiós y me quede sin conocer lo que venga más tarde; algo así como la sensación que Severo Ochoa expresaba cuando decía que su máximo pesar era que no podría asistir a los adelantos e innovaciones que estaban por llegar. Pasan los días, unos con otros amontonados en un cúmulo de vanas preocupaciones que lo único que consiguen es restarnos tiempo libre y aire que respirar sin tener que sentirnos culpables ni preocupados; y uno se pregunta si habrá caído demasiado bajo, para lo corta que es la vida, o si no habrá sido lo suficientemente inteligente como para no haber encontrado el camino de la total serenidad con la que no asumir parte de la responsabilidad del infortunio global de la avaricia que rompe el saco de nuestra civilización; dándome con un canto en los dientes por no haber pasado hambre, por no tener que dormir debajo de un puente ni pedir limosna en el metro a la espera de que me apaleen unos cuantos cabezas rapadas o desalmados niñatos infectados por el virus de los juegos de rol de las pandillas callejeras.

Pasan las mañanas y las noches de esta vida que conozco que parece ser la única, a pesar de sentir la sensación de un descanso duradero, dulce y misericordioso en ese supuesto más allá en el que con el mero hecho de no tener que escuchar tonterías presupongo un estado de quietud cercano al karma de las más sosegadas inteligencias. Pasan los amaneceres, las arrugas, las pérdidas de memoria y las canas por un pelo al que se le asoma un gris que delata cierta parte de sufrimiento camuflado con la fortaleza de la ironía. Pasan las hojas del libro que tengo entre las manos con la insatisfacción de quien desea no ser visitado por el sueño para continuar en ese mundo aparte en el que se encuentra y del que no quisiera salir. Pasan las jornadas y sus repetitivos hábitos obligados por el protocolario guión del proceder sin el que los que manejan el cotarro aseguran que todo sería una anarquía, y no podrían saciar su voracidad de lobos salvajes a costa del esfuerzo de la mansedumbre de la plebe. Pasan muchas cosas por mi cabeza, tantas que me daría tiempo a vivir varias vidas al mismo tiempo si me diera tiempo, pero no tengo más remedio que paciente y pacificamente conformarme con la cantidad de riquezas que descubro en el sencillo acto de respirar el aire que la atmósfera me regala. Pasa un día con otro al otro lado de la ventana de detrás de mis ojos con la misma sensación de no saber nada.


8 comentarios:

  1. Querido Clochard:
    Me has pillado conectada y acabo de leer tú entrada recién hecha¡quema!y creo que la mejor manera de vivir la vida es tener ganas de más y tú las tienes.Así cuando llegue el momento de decir adiós y "...todavía no se ha plantado el árbol,ni ha nacido el cura..."seguro que habrás bebido con mucha sed...Un abrazo fuerte!!

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  2. Gracias Amoristad por el mensaje. trataré de mantener viva la sed por todo.

    Mil besos

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  3. Clochard:
    Esa ansia de infinito, ese desasosiego existencial, ese quererlo todo... uf, cuánto daño hace a veces.
    Salu2.

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  4. Dyhego:

    Si, conviene relativizar todo lo posible para mantener la calma y bien abierto el detector de la vida que se tiene, pero el tiempo pasa tan deprisa... tan deprisa...

    Salud y buen verano.

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  5. Escribes muy bien, que lo sepas (por si no lo sabías).
    ¿Se puede saber qué libro es ése que no quieres cerrar ni aunque te venga el sueño?
    Un abrazo

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    1. Gracias, Mery, lo mismo puedo decir de tus letras.

      Los últimos libros con los que no he sentido esa sensación han sido "El primer hombre" de Albert Camus y "La noche de los tiempos" de Muñoz Molina, pero puede sucederme con cualquiera en el que encuentre un resquicio de complicidad.

      Un abrazo.

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    2. Mery: quería decir con los últimos libros con los que me ha pasado.

      Un abrazo.

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  6. Muchas gracias, te había entendido.
    No he leído el de Molina, ya que lo nombras.
    Un abrazo y feliz verano también

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