lunes, 16 de julio de 2012

Una mirada triste y lúcida.






Tengo entre las manos un libro de Andrés Sorel sobre la vida y obra de José Saramago; uno de esos libros a los que de vez en cuando se le hace caso pero de una manera poco constante, a pesar de no dejar de rondarte en la cabeza la idea de la dedicación de unos minutos a algo que, de antemano, sabes que te interesará. De tarde en tarde he ido ojeándolo y extrayendo más ideas e información a cerca del autor portugués, que tanta admiración me causa, oscilando entre las lecturas de unos cuantos párrafos a las aberturas del ejemplar por cualquiera de sus página para recrearme algo más de media hora en cada uno de sus hallazgos tras los que quedo boquiabierto; pero, desde que lo adquirí, el pasado mes de Diciembre, como digo, me ha ido acompañando, como una mascota cariñosa y fiel que lo da todo sin exigir nada a cambio, hasta que ha llegado el momento, parece ser, en el que ya no hay tregua posible y, sin haber finalizado la lectura del mismo, ando, vuelvo a estar, enfrascado del aire fresco en contra de todo lo que tenga que ver con la compra-venta de los sentimientos a la que nos tiene sometidos el imperante capitalismo autoritario del que ya parece que no hay quien se desprenda. Si las palabras de Saramago suelen ser claras como el agua cada vez que explica/ba los porqués de la situación en la que nos encontramos, no menos cristalinos son los comentarios de Andrés Sorel en cada uno de los capítulos que le dedica a la descripción de los lugares en los que se centran los argumentos de las obras del premio Nobel y las ilustraciones de las piedras angulares de la filosofía, la de ser buena, consciente, íntegra y comprometida persona, de José Saramago.

La primera vez que tuve la suerte de leer una obra de Saramago fue por recomendación de un amigo cuya madre le había metido el gusanillo dentro de la inquietud por abrir un poco los ojos, hará unos dieciséis años, animándole a leer al autor portugués. Recuerdo la emoción con la que Gonzalo Jurado me invitaba a que intentara hacerme con un ejemplar de "Ensayo sobre la ceguera". Lo leí en dos o tres sesiones, en uno de los cuartos de un piso alquilado para estudiantes en la calle Acetres de Sevilla. Desde aquella experiencia no he tenido referente más claro para darle respuesta a las incongruencias que nos rodean. Después vinieron "Memorial del convento", "Levantado del suelo", "Todos los nombres", "La balsa de piedra", "Las intermitencias de la muerte", "Ensayo sobre la lucidez", "El año de la muerte de Ricardo Reis", "Las pequeñas memorias", "Viaje a Portugal", y creo que casi la totalidad de su obra, incluido algún libro en el que se recogen los artículos escritos en un periódico de Portugal en aquellos años precedentes a la revolución de los claveles, en los que sufrió censura y persecución. Nunca faltaba un libro de Saramago dentro de mis elegidos para las paradas de metro o esperas de aeropuerto, para la sensación de fortuna que siente el lector al encontrarse acompañado de la letra impresa en los andenes de una estación de autobuses junto a ese hábito de no querer desprenderse de las breves genialidades encontradas en cualquier linea. Y es que para leer a saramago hace falta disponer de un lápiz con el que atrapar la inmensidad de lo que parecen proverbios resplandecientemente sabios.

No sé si todos los que defienden a capa y espada las actuales manifestaciones de la indignación son conscientes de que lo que se traen entre manos tiene su semilla en el pensamiento saramaguiano. Es colosal e imponente el epitafio con el que deseaba que fuese coronada su tumba: "Aquí yace indignado, fulano de tal". Se lo oí a Fernando Gómez Aguilera en una conferencia/presentación de "José saramago en sus palabras" que tuvo lugar en Santander. Y entre estos recuerdos más cercanos, la lectura de Andrés Sorel que ahora me espera en casa y aquella primera vez que me adentré en la verdad sin limitaciones cargada de elegancia intelectual y solidaria se expande la idea con la que al menos uno no se encuentra solo del todo y aspira a llegar al final de sus días, y al transcurrir de todos los que le quedan, con la certeza puesta en la construcción de la integridad personal como mejor de las maneras para sentirse digno de llamarse humano. Gracias, José, gracias, hermano.

2 comentarios:

  1. Gracias a todas esas personas anónimas o no,que con su inconformismo hacen que los demás nos demos una vuelta más de tuerca...Un abrazo fuerte!!

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    1. La pena es que no cunde el ejemplo, creo que por miedo, por un miedo que forma parte de la dieta de esta vida tan artificial y envasada para la que nos han adiestrado.

      Mil besos.

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