jueves, 9 de noviembre de 2017

Diario de Noviembre XXII


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Conozco a algunos camareros que lo son porque lo tienen que ser, porque no tienen más remedio, porque las cosas les han venido así; muchos de ellos tienen un poso de clarividencia, de sentido común, de ganas de alcanzar el paraíso soñado de su tranquilidad, de afán por seguir cultivándose, que le hacen a uno pensar en la diversidad de caminos existentes en la vida, en la cantidad de vidas posibles, en el Friday night in San Francisco que supone la orquesta mental de un ser humano en busca de lo que realmente quiere. Hoy, esta noche, hace algunas noches, tras veinte años de andadura nocturna, de ires y venires y sinsabores y madrugones a precio de saldo, Marcel ha dejado el bar de la esquina, el bar al que recién llegado a Sevilla me acerqué por primera vez un poco con cara de cliente inocente y a verlas venir con un punto de nostalgia asertiva, un poco intuyendo lo que allí se cocía, un poco como siempre con ganas de meterme en un sitio en el que poder disfrutar de la gente más o menos atenta y a sus anchas sobre el tapìz auditivo del Jazz, escuchando música en directo y quedándonos después hasta las tantas hablando de esto y de lo otro y sobre todo de música, de todos esos discos que nos han dejado la huella del gusto por la melodía imaginativa y acorde.
Trabajar en un bar es un ejercicio que necesita unas dotes específicas de paciencia; no lo hace cualquiera. Aguantar el chaparrón de cuatro garrulos a las tantas y jugarte con ellos el pellejo porque te han salido rana y a punto has estado de nunca se sabrá, no se lo deseo a nadie. Muchas veces, mientras observaba cómo iba transcurriendo la parte de la noche a la que yo me acababa de acoplar tratando de imaginar lo que había sonado durante el rato de concierto que me había perdido, me sorprendía el ingenioso comentario y la manera en la que Marcel le decía a uno de esos pesados y recalcitrantes asiduos a las artes de la impertinencia que por favor tenía que largarse de allí, que no se le podía atender, que no le iba a atender; aire, humo, agua. Siempre han sido los buenos modales el principio sobre el que se sustenta la sinceridad más impactante, creo, y la más inesperada por frívola y sensata. 
Escucho a Tony Joe White mientras escribo; el baterista se asemeja a uno de esos relojes suizos al que le han dado cuerda las manos de Charly Waits; la escritura seintroduce en los senderos de la dicción del reino de las voces en el que uno habita convirtiéndolo en uno más de la banda; el bajo no da puntada sin hilo y eso es ya una premonición de que puede que en el momento menos pensado se suelte la melena la guitarra; hay un piano, un órgano, un teclado, un algo que aparece tintineando en los instantes en los que parece que necesitase el oído un flotador, una boya en la que fijar las coordenadas de cuanto suena, con esa casi imperceptible manera que solo se atisba cuando se escucha la música muy atentamente. Hay una correspondencia directa entre los buenos músicos de los últimos cuarenta años con su tendencia a lo experimental dentro de los caminos de lo alternativo sin menoscabo de su maestría como instrumentistas; algo así admiro de aquellos que le dan un aire particular a lo que hacen manteniéndose firmes en la coherencia de sus valores. Veo a Tony JoeWhite en uno de sus directos de los ochenta y es como si viese al Marc Veyrat del blues rockero capaz de sobrevivir al siglo XX, solo que dando el callo en el escenario, tan ensimismado en su tarea como lo pueda hacer un  recién empleado en algo que le pueda suponer el vértice a parir del cual proyectar la parte de  restringida libertad que por fin ha alcanzado; como Marcel, que a pesar de haberse mantenido en la brecha de la barra durante los últimos veinte años ahora parece que volviese a nacer cada vez que habla de su próxima dedicación en cuerpo y alma, lo que tanto tiempo llevaba esperando, poder dedicarse de lleno a la osteopatía y dejar de hacerlo de forma alternativa como le sucedía hasta ahora. No dejo de asombrarme de la capacidad del ser humano para perseguir sus sueños, del tesón y de la fortaleza de algunas personas para saber esperar; siempre he admirado a los pacientes de largo recorrido, a los que saben que un día les llegará el momento, conscientes de la larga travesía del desierto y no por ello derrotistas de su fe.



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