sábado, 4 de noviembre de 2017

Diario de Noviembre XVI


Resultado de imagen de Fernando Pessoa

Despertar con la sensación de que en unos instantes el hogar olerá a café es uno de los regalos de la vigilia. Todos los sábados por la mañana hay un pan recién salido del horno dispuesto a ser disfrutado: la crónica de Muñoz Molina en Babelia, que hoy va sobre Zuloaga. No hay nada para un aprendiz de escritor como meterse en una voz admirada. El goteo del agua que ha quedado en los tejados se parece al sonido de las manecillas de un reloj con el que la Naturaleza nos hiciera disfrutar de la calma después del chaparrón de la madrugada. La lluvia interviene en nuestro estado de ánimo, como el sol y la sombra y la penumbra y la claridad y la transparencia y los truenos y relámpagos de la tempestad, como las sacudidas del viento sobre las ramas de los árboles, como la presencia de las nubes más dadas a adivinar formas en ellas, como el espejo de los charcos y la humedad de los zócalos del casco antiguo. Plácida mañana en la que el Bolero de Ravel se impone como marcha nupcial ante lo que vaya a dar de si el día. Las flautas y el ininterrumpido son del tambor le hacen a uno sumergirse en los dédalos de los sueños más recientes, en esa incertidumbre cargada de bondad, en esa patria querida por la soledad, en esa guarida para escuchar la música que a uno le viene en gana arrebatado por el azar a pesar de la repetición; señales. Pensarte ahora es como sentir el beneficio de la cercanía por lejos que estés. Dicen que hoy hay partido, y según el percal creo que han querido decir que hoy juega el Sevilla. Me amodorro en Telegraph road y sigo escribiendo, haciendo de las mías con la cantidad de neuronas conectadas que me quedan ¿Queda algo que contar después de lo dicho? Pues claro, y si  no que se lo pregunten a Fernando Pessoa.

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