lunes, 6 de noviembre de 2017

Diario de Noviembre XVII


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Tiene La Academia, los domingos de cuya presencia abierta al público por la tarde uno se percata a medida que aproximándose a ella comprueba así como la apertura de una de las dos persianas que flanquean su fachada tras de la cual se adivina la tenue luz de unas lámparas interiores  la poética presencia de una pizarra posando  sobre la acera, un aire de Club de los Poetas muertos. Entra uno en la Academia sabiendo que saldrá de allí cambiado, otro, cuestionándose comentarios que han sido emitidos bajo el influjo estelar del lúpulo y la cebada, bajo lo que el archivo de la mente del Tabernero se anda barruntando, con esa mirada inteligente que escucha y digiere y desecha, en ese contexto tan cómodo y fiable que transmiten los lugares a los que uno se acerca con la presunción de algo bueno, volviendo a ese ejercicio de la memoria que consiste en recordar lo que se ha dicho, lo que ha sido hablado, lo que ha sido contemplado, cuestionado, analizado, comentado, contado, discutido, admitido y refutado, hilvanado en la dialéctica de unos cuantos seres civilizados, escuchado y oído, visto y atisbado, vivido en el trecho de autopista del rato que duran unas cervezas compartidas para las que además goza uno de la compañía de quienes le hacen sentirse de La Ciudad. Puede que la fe que le tengo a algunos metros cuadrados de este mundo venga de esa infancia pasada entre gente de todo tipo que concurrían el negocio familiar en el que transcurrió parte importante de lo que soy. Existe una relación directa entre lo que somos y lo que nos recuerda a lo que fuimos que nos lleva a tener esa querencia propia de quienes buscan sus orígenes en lo que más cerca tienen. La Ciudad, donde vivo, es un corazón con chaleco antibalas contra la pólvora del aburrimiento, una mujer que sabe querer, un alma y un cuerpo y un esqueleto, un pulmón y un corazón que no se pudre de latir; La Ciudad son/es unas cuantas/un montón de calles que hablan, un dédalo de travesías enroscadas; La Ciudad, donde vivo, se le presenta a uno después del ayuno/desayuno con mil promesas debajo del brazo, con un par de lazos con los que anudar el duermevela y dejarlo ir a su crítica guarida de razones/sinrazones, de religiones plasmadas en las manías y en las austeras pertenencias, en las formas que delatan, en los abrigos que abrigan rimando con amigo en los consuetudinarios prejuicios, en el subir y bajar de las nubes de esa contagiosa esperanza que  nos auna olvidando preguntarse por qué. La Academia es un lugar al que yo me acerqué por primera vez siguiendo el itinerario que me había diseñado  mi radar mental para ir a la biblioteca Alberto Lista de la calle Feria, y fui a parar allí, aquí, a La Academia. Hay partes del día que uno se reserva para darse el gusto de hacer algo, aunque solo sea por unos minutos, o por un rato que es cuando se tiene la certeza de que uno está y estará en su sitio, en su atmósfera, en su hábitat natural.

2 comentarios:

  1. Una ciudad que propone mil planes. ¡Que no se acaben nunca las posibilidades de gozo y de descubrimiento!
    Salu2, Clochard.

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