lunes, 13 de noviembre de 2017

No me entero de nada


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El asombro está a la vuelta de la esquina. No dejo de asombrarme de lo poco que nos escuchamos, de cómo damos por supuesto lo que pasa, no tanto lo que nos pasa, y eso, pienso, nos trae de culo, cuesta abajo y sin frenos; o qué sé yo dónde empieza la madeja a enredarse. La incompetencia del ser humano, esa especie fallida por muchas vueltas que le demos al asunto, es supina y, nunca mejor dicho, absurda. La mañana es plácida, ella, mañana de paseo y de sol de invierno, de acordeón y de libros sobre la acera de la Puerta de Jerez, de vistazos a los escaparates de las librerías en las que a uno algún día le gustaría trabajar; la mañana se deja atravesar los puentes que salvan el río, se deja escuchar la canción del movimiento de los pies sobre las baldosas de diferentes colores, mañana de contagio romántico y de Paseo de Las Delicias inundado de coches y de peatones encomendados a su labor de hormigas minuciosas; de modo que no voy a detenerme demasiado en vulgaridades reales que de una u otra forma hay que aceptar aunque me permita el siguiente apunte. Ahora resulta que la alcaldesa de Barcelona dice que andavants (o como se escriba). Debido a mi tendencia a la indolencia de la mayoría de los aspectos que tengan que ver con la actualidad (esa palabra que ha perdido su belleza de instante informativo en pos de un cariz comercial que lo inunda todo de esa indeleble sustancia que aborrega a los borregos más de lo que son) suelen sorprenderme casi todas las noticias. No me entero de nada; uno todavía pensando en la poesía y en vivir más o menos tranquilo, uno pensando en el menos común de los sentidos y en las puertas que de par en par se abran a la concordia, uno a lo suyo pero dándose cuenta, viéndolo venir, callado, asustado, intrigado. No me entero de nada.

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