sábado, 4 de agosto de 2012

Los trasplantes de Gotinga.






Frecuentemente nos preocupa, y mucho mas de un tiempo a esta parte en el que parece ser que una de los mayores desazones dados al insomnio se encuentra en el culto al cuerpo, no sé si tanto por la salud, siguiendo recomendaciones de todo tipo a cerca de mejunjes y derivados con los que poder lucir el tipo, todo lo derivado de una serie de reglas, muchas enfrascadas con esa temible y poco fiable serie de mandamientos procedentes de la leyenda callejera, en las que guarecernos para intentar que nuestra vitalidad, de cabeza para abajo salvo lo concerniente al rostro que ya no se sabe si es el espejo del alma, perviva reluciente a pesar del paso de los años. Dietas con las que mantener un peso equilibrado, advertencias de lo poco recomendable que resulta el consumo habitual de alcohol y de tabaco, tablas de ejercicios y talonarios de gimnasio, expertos en el arte de la relajación para hacerle la vida imposible al estrés mediante rejuvenecedoras clases de yoga; toda una serie de precauciones y llamadas de alerta para no dar al traste con el aspecto de la linea y la figura, para poder exhibir una sonrisa de falsa felicidad que además escora por los terraplenes de la falta de moralidad y la manipulación, en muchos casos, y de la ignorancia con la que son seguidos ciertos dictámenes con los que encontrarle una puerta abierta al callejón sin salida de la apariencia y el miedo al envejecimiento quedándonos aun mucho camino que andar en lo que a conciencia se refiere, hablando del valor real de la vida, aspecto este último en el que algunos doctores de la baja sajonia han demostrado ser unos auténticos expertos.

Vivir es un derecho, y si lográsemos hacerlo en pacifica convivencia alcanzaría los tintes de logro, de más que presumible inesperado éxito por triste que nos pueda resultar esta afirmación. Pero hemos de contribuir, cada cual con su granito de arena a que esto, que se ha convertido en una de las metas a conseguir, no se nos presente tan lejano. La lucha por la igualdad de condiciones y posibilidades en todos los campos debería alentar al espíritu de nuestra sociedad para que como resultado se diese un efecto dominó con el que beneficiarnos todos de la misma manera e incrementar el aumento de gente sana y salva de las injusticias y ayudando a que se produzca el descenso de los índices de anafeltización, depresiones, hambres, y resolución de graves problemas de salud. Lo malo, tras lo que devienen los síntomas de impotencia, es que no se encuentra en nuestras manos una vez que el círculo en el que se pretende realizar semejante utopía va a más allá de nuestro ámbito más cercano. Se siente uno tan imposibilitado como cuando se ven esa imágenes en televisión en las que unos niños, cuyas bocas se atiborran de moscas, miran con ojos salidos de sus órbitas hacía un algo que no nos cabe en la cabeza, y de forma tan frecuentemente que nos hemos acabado por acostumbrar realizando nuestras más cotidianas tareas al tiempo que semejante espectáculo ha llegado a formar parte de lo ordinario, de lo que por ventura no sufrimos y cuya fortuna no nos hemos parado a plantear con seriedad; porque va en aumento la sinrazón por el dinero, el protagonismo del soborno, la impía actitud de los que en primera instancia tendrían que ser faros y espejos en los que mirarse; la masacre de la dignidad caiga quien caiga desforestando el bosque de la honorabilidad.

Las distancias entre los que tienen y los que no, entre los que se baten el cobre y los que andan a la espera del favor mediante el chantaje, entre los que le rezan a la virgen y los que se creen dioses, va en aumento y de que manera, a que velocidad, como si de la representación de lo acontecido en Ensayo sobre la ceguera, de José Saramago, pero a lo cutre y con abusos; con atropellos y extralimitaciones de la legalidad tales como los ofrecidos por uno de los cuerpos médicos de un hospital de Gotinga, en la baja Sajonia alemana, que entre  y 2006 y 2008 dieron preferencia, a cambio del maldito dinero, a una serie de pacientes a la hora de acceder al trasplante de órganos con los que poder salvar sus vidas, la de los que tienen, además del indiscutible derecho a la vida, el parné, la pasta, los cuartos, la guita suficiente para hacer que estos doctores de un hospital de Gotinga caigan tan bajo en su condición humana o estrenando una nueva antinatural naturaleza de índole desconocido y cuyo referente más cercano lo podemos encontrar en la estorsión propia del terrorismo.

A buen seguro que muchas de las desafortunadas familias que finalmente no tuvieron acceso al ansiado órgano, llevándose el hígado la palma de este desprovisto de escrúpulos caso, anduvieron por esos pasillos, en los que los trámites de una inútil burocracia marean al ciudadano cuya única fuente de ingresos depende del ánimo y la fortaleza que ostenten sus manos para trabajar, firmando papeles, pagando sellos, solicitando citas para una consulta, acudiendo a ventanillas en las que el trato anticipaba ya lo sucesivo, y posteriormente firmando documentos en los que se mostraban en conformidad con la serie de riesgos que supondría la futura operación que no llegó a tener lugar debido a que se interpuso el poder de la corrupción y el favoritismo que no cuenta con nadie y se olvida de lealtades y milongas de ese tipo. Seguramente esa desesperación fue engañada con falaces argumentos que no escatimaron en recurrir a las cobardes mentiras del lucro y tras las cuales uno se pregunta hasta qué punto somos capaces de arrastrarnos en esta parte del planeta en la que se da por supuesto que somos gente cabal. Puede que sea el alma el órgano que con más apremio deba ser transplantado para no acabar en la encerrona de la putrefacción de la sensibilidad humana cuyo claro ejemplo se nos muestra en un hospital de Gotinga.

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