lunes, 13 de agosto de 2012

Yayoflautas.







La propensión al entusiasmo durante la juventud es una de las fuentes de riqueza del espíritu, acompañada con muchas ganas de descubrir, de aprender, de volar, de disponer de voz y alcanzar un sueño. El vigor de la mente, su estado de permanente energía posibilita la acción, el progreso, el hecho de plantearse metas sembrando el camino con las semillas de la ilusión. Durante la mocedad todos sentimos la textura del aire y de los rayos del sol, el valor de la vida, y poco a poco se va configurando el esquema en el que se cuadrará la aritmética de nuestra forma de pensar. La adolescencia es un terreno abonado para que las ideas tomen forma, en la que se dispone de la virginidad necesaria sobre la que asentar las preferencias y embebernos de sentido común, en esos momentos en los que se descubre el mundo más allá de lo que nos han ido diciendo con anterioridad, cuando uno se da cuenta de lo que realmente le interesa y de lo que preferiría no ver, en esos años en los que se encuentra la causa por la que nunca dar nuestro brazo a torcer, en esa senda de lucha con la que creer que se le puede aportar algo al mundo en cuyo recorrido ir instalando las aulas de la universidad de la vida.

En los tiempos que corren no es difícil que cualquier ser humano que goce de los beneficios de la delicadeza y la sensibilidad, que son muchos, se encuentre acorralado por la sarta de mentiras a las que se nos tiene sometidos y al callejón sin salida al que nos han encaminado, como borregos, creyendo de nosotros ser una inocente e ignorante grey a la que, con un poco de miedo en el cuerpo y chantaje emocional, resulta fácil hacer pasar por el aro. Pero tanto ha ido el cántaro a la fuente que ya no se puede más, ha acabado por romperse, no se puede seguir permitiendo el desfalco, el abuso, la continuación con un sistema cuyo desarrollo se ha esforzado cada vez mas en incrementar las diferencias entre los que tienen y los que no. De ahí, de ese completo desacuerdo con las circunstancias y sus procesos, nació el movimiento de la indignación que día a día ha ido aumentando sus puntos de expresión a lo largo y ancho del planeta. Marruecos, Túnez y Grecia fueron de los primeros, después las plazas de nuestro país, España, se fueron llenando de jóvenes con las mismas ganas de protestar y de aunar esfuerzos, luego se sumaron Inglaterra y Estados Unidos, en este último caso manifestándose dos veces diarias a las puertas de Scothland Yard, y así sucesivamente, sin prisa pero sin pausa y con mucha razón en el mensaje, hasta que podamos ver a millones y millones de personas no dispuestas a tragar con el actual despilfarro de manipulación de los mínimos derechos con los que poder desarrollar una ciudadanía limpia y libre de resquemores. El afán asambleario ha ido en aumento y a pesar de quedar mucho por recorrer, debido a la gran desigualdad y a que parece casi utópico hacer entrar en razón a quienes se sienten dioses, la pertinaz admiración por la causa, por parte de cuantos luchan en pos de ponerle freno al engranaje de miserias y catástrofes humanas, va en aumento y a ella se han agregado los que se sienten igualmente jóvenes: los Yayoflautas.

Los Yayoflautas son señoras y señores de entre sesenta y ochenta y largos años de edad, muchos de los cuales han invertido bastante de su anterior tiempo en alguna causa digna del honor de la entrega que necesita el anhelo de la igualdad, que ahora se han adherido apoyando, de manera igualmente asamblearia, a todos esos jóvenes a los que la presidenta de la comunidad de Madrid, Desesperanza Aguirre, llamó perroflautas, apelativo parte del cual acogieron con orgullo y utilizaron para bautizarse. De entre estos Yayoflautas, cuya familia va creciendo y cada vez son más las provincias en cuyo seno se encuentra un brote del movimiento, destacan María Molina y Felipe Aranguren, como tantos otros, que no cesan en el empeño y en sentirse llenos de ese entusiasmo propio de la juventud, en ese claro ejemplo de que no hay mas edad que la que se ejerce, en esa manera de afrontar la realidad a base de un claro inconformismo que no conoce la jubilación, en ese sentido de la responsabilidad que lleva a algunos hombres y mujeres a que no les dé lo mismo lo que pueda suceder al día siguiente de haber desaparecido; porque les importa el ser humano y un mañana que muchos de ellos no conocerán pero al que quieren aportar un ejemplar granito de arena en forma de solidaridad, porque se resisten a pensar que las cosas no vayan a cambiar nunca y porque no están dispuestos a admitir que la impotencia se apodere de quienes, fuera de la condición laboral empeñada a lo largo de muchos años, ahora han de limitarse a contemplar el espectáculo de la desdicha de un pueblo harto de ser engañado. Sin duda, un espejo en el que mirarse.


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